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¿Y al final, el pueblo sí es bueno como dice López Obrador?

La tesis del presidente mexicano de que el pueblo es “bueno”, pero los neoliberales lo corrompieron, da más problemas que soluciones al simplificar la naturaleza humana.



15 septiembre, 2020


Un día sí y el otro también, las redes sociales viralizan el video de una golpiza a alguien que, aseguran, intentó robar. Los comentarios en su inmensa mayoría son celebratorios, violentos. Si el presunto delincuente muere en el proceso, hay emojis de aplausos. El festejo luego evoluciona a memes donde se edita el video o le ponen música y letreros descontextualizados, como el caso de los ladrones que, hace unas semanas, fueron vapuleados en la combi.
Las redes son un entorno propicio para la catarsis de las frustraciones que, en este país, en plena pandemia, son innumerables. Violencia semejante y burda la expresan tanto los aplaudidores del régimen actual como sus detractores, en batallas verbales muchas veces financiadas por quienes pueden capitalizar con las consecuencias de ese encono.
Si uno juzgara a la especie humana a partir de lo que se postea en Twitter, uno pensaría que la tesis de que el pueblo es “bueno”, enarbolada por Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, es simplemente insostenible.

Un viejo dilema filosófico: ¿el ser humano es bueno o no?

Lo cierto es que el tema de la bondad o la maldad intrínsecas del ser humano es una cuestión filosófica que se ha planteado desde hace siglos. Filósofos como Maquiavelo (1469 – 1527) o Thomas Hobbes (1588 – 1679) han planteado que el ser humano es de naturaleza mezquina y débil, y no tiene principios morales propios. Por el contrario, otros como Jean-Jacques Rousseau (1712 – 1778) plantean que el ser humano es bueno, pero que las circunstancias de la vida lo corrompen.
Un artículo recientemente publicado por Simon McCarthy-Jones, neuropsicólogo del Trinity College de Dublin, Irlanda, hace un recuento de ello y lo traslada a cómo la visión optimista (él la llama “utópica”) en los empresarios de la tecnología ha acarreado muchos de los problemas que enfrenta el internet ahora.
Según McCarthy-Jones, el internet se fundó bajo la premisa de la libertad y la autorregulación, un pensamiento roussoniano, utópico. Han tenido que pasar varios escándalos de manipulación de masas, y terrorismo informático para darse cuenta que el ser humano, cuando tiene oportunidad, toma ventaja y no duda en llevar su “maldad” al extremo. La postura de que el ser humano va a tomar ventaja cuando pueda, sin más límites que lo que la situación permita, el autor la llama “trágica”.

La bondad y la maldad, según el presidente

Volviendo al tema de nuestro presidente: él va con Rousseau y considera al mexicano como bueno por naturaleza, pero que la “maldad” de los gobiernos anteriores lo ha corrompido. Es decir, que la ola de violencia y rapiña que se vive actualmente no es culpa del pueblo, sino de las circunstancias conformadas desde sexenios anteriores.
De entrada se plantea un problema de significados: qué es “pueblo”, qué es “bueno”. Se infiere que “pueblo” son los que no ocupan un cargo de poder a nivel empresarial o político. Desde luego, esa definición se desvirtúa desde que él mismo —el hombre con el más alto cargo de poder en el país— se define a sí mismo como “pueblo”. Bajo su retórica, él es la excepción que confirma la regla.
“Bueno”, por su parte, es una palabra imprecisa. El mandatario normalmente acompaña ese vocablo con otros como, “honesto”, o “trabajador”. Para él, “buenas” son las personas que tienen un “trabajo honesto”. Es decir, que ejercen una labor —la que sea— con la que no abusan ni quitan injustamente a otras personas el fruto de sus respectivos trabajos honestos.
En un mundo utópico, a lo Rousseau, con esa definición bastaría: todas las personas recibiríamos por nuestro trabajo la remuneración justa y ésa permitiría vivir decentemente. La remuneración justa, por desgracia, es un área gris. ¿Es lo que alcanza para adquirir la canasta básica y un poco más, según la definición del salario mínimo vigente? ¿Debe estar vinculada al nivel de estudios o al tamaño de la responsabilidad del individuo?
En esa lógica, según la propuesta del Presupuesto de Egresos de la Federación para el próximo año, el mandatario ganará 2 millones 453 mil 652 pesos en 2021. En su parecer nadie debería de recibir sueldos mayores al suyo, al menos no dentro del estado mexicano. Aún así, su salario es unas 36 veces mayor a lo que su propio gobierno estipula como salario mínimo “digno”, y no contamos con que él recibe más dinero de otras fuentes.
En su visión de las cosas, hay una enorme masa poblacional que es trabajadora y honesta, por lo tanto es “buena”, mientras hay otros (los conservadores, los neoliberales, los de derecha y los de crimen organizado: sus adversarios) que no son “buenos” pues su trabajo no es honesto (el mandatario les destina epítetos más pintorescos como “fuchi”, o “caca”). Su línea política con ellos es que sus madres deben regañarlos por “portarse mal”.

La toma de ventajas como motor de la Historia

Una cosa es la narrativa que él construye, que está más bien dirigida al utópico pueblo bueno, y otra la acción de gobernar propiamente dicha. Sin embargo, las palabras conducen las acciones. Los mensajes contradictorios de un pueblo bueno, con las acciones represoras que hemos visto en la presa La Boquilla en Chihuahua, o contra las mujeres feministas que han tomado las Comisiones de Derechos Humanos para protestar contra los feminicidios, apuntan a que esa bondad sí es utópica para él y, en cambio, su pragmatismo es trágico.
No existe la bondad en el pueblo ni en el ser humano, al menos no de manera intrínseca. Si hay oportunidad de tomar ventaja, el ser humano tomará ventaja de manera tan ilimitada como las circunstancias lo permitan. Las personas que por voluntad propia (por límites éticos, digamos) deciden no participar en la toma de ventajas no es que sean “buenos”, sino que han elegido postergar la toma de ventajas en beneficio de la comunidad y no propia. Pero cualquier día cambian de parecer.
De hecho, los “avances” históricos están más vinculados con la toma de ventajas, o la reacción violenta, y casi nunca con la bondad pasiva. La conquista e invasión de territorios, la explotación de los recursos naturales, la invención, la explotación del trabajo ajeno en beneficio propio, el uso de la violencia, la imposición ideológica, económica y tecnológica, la revolución, etcétera. El instinto humano de tomar ventaja cuando hay oportunidad, que lleva a la violencia y la rapiña a un pueblo “bueno”, es el mismo motor que ha construido el progreso de la Humanidad… con todos sus inconvenientes.
 

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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo en Negocios Inteligentes, El Contribuyente y Goula. También es director de Etla, despacho de narrativa estratégica.





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