El miedo al éxito, o por qué nos auto saboteamos para no lograr lo que nos merecemos
Si te piensas una persona exitosa, ni leas esto. Pero si reconoces que te has hecho más difícil el camino para cumplir tus sueños, esto es para ti.
“¡Es sin miedo al éxito, papi! ¡Eso! Uh lalá, chulada. Ahora otra vez pa’ arriba. ¡Limpio! Eso. Piensa en tu nena, en tu ex.”
Cientos de miles de videos de TikTok repiten ese mismo audio con distintos escenarios, acciones y personajes. Proviene de un reportaje que TV Azteca Deportes realizó desde el gimnasio Las Barras de Praderas, en Naucalpan, Estado de México. La voz pertenece a su fundador, Paul Villafuerte, al animar a un colega fisicoculturista que trepa por unas barras de acero. El mensaje caló y se volvió meme.
Pero la historia es aún más sustanciosa: luego de perder una pierna en un accidente, Villafuerte cayó en depresión, en drogas, en alcoholismo. Al final, motivado por su hija, se sobrepuso. Entonces se empeñó en abrir su gimnasio en el único espacio que vio disponible: una barranca en donde había un basurero. Cinco años más tarde es famoso, el municipio le regaló aparatos por valor de más de un millón de pesos, y su frase, “sin miedo al éxito”, dice, lo llevó a conocer al presidente.
Tú también tienes miedo al éxito
No lo niegues, la frase a ti también te caló. Admites que el éxito te da miedo y que ese miedo te impide alcanzarlo por completo. También sabes que hay muchas más personas con tu misma fobia.
—Tienes que hablar con los clientes y negociar el aumento a la tarifa.
—Ni se te ocurra. Es mejor conservarlos. Son buenos clientes.
Son dos las pulsiones que nos auto sabotean: el miedo y el placer. En cada persona se mezclan en proporciones distintas y cubren distintas áreas: la autoestima, la salud, el manejo del tiempo, la indisciplina. Sobre todo, se disfrazan de buenos pretextos. Los más peligrosos son los que suenan perfectamente razonables.
—Te urgen unas vacaciones.
—¿Qué son “vacaciones”? Ahorita no puedo darme esos lujos. Hay que trabajar.
Por un lado, el miedo es instintivo. Busca protegernos. Es muy útil cuando te previene de hacer tonterías como dar un paso de más en una azotea o enfrentarte a golpes contra un sujeto armado. El resto del tiempo, sin embargo, te protege de amenazas más bien abstractas: el rechazo, el fracaso, la humillación, la tristeza. No haces nada porque temes no llenar las expectativas. Incumples con el plazo de entrega por tu perfeccionismo que no es otra cosa que el miedo al fracaso. Arruinas una relación de pareja por tus ataques de celos, que no son otra cosa que miedo al rechazo.
—¿Y ya fuiste al doctor?
—¿Para que me digan que es un cáncer? No. Si me voy a morir de esto, me voy a morir.
El placer, por otra parte, prefiere la satisfacción inmediata, el disfrute. De nuevo, es una pulsión muy necesaria cuando te pide tomar un merecido descanso, hacer ejercicio o te lleva a dormir por las noches. Se vuelve contraproducente cuando te lleva a comer o beber en exceso, cuando violentas a otras personas por no contener tus impulsos sexuales, cuando te distraes debiendo concentrarte, cuando dejaste todo a medias.
—¿Por qué nos hiciste esto, amor?
—Perdón, yo… Es que sólo se vive una vez.
Las pulsiones también se auto sabotean entre sí: te niegas el placer de amar por temor a otra ruptura amorosa; el placer (por la velocidad, el alcohol, o el texteo) te bloquea el miedo, y tienes un accidente vial. Los placeres del éxito los ves tan lejanos. Ver a tu negocio crecer hasta el tamaño de una multinacional. Visualizarte como el mejor especialista en tu área. Imaginar que puedes ser feliz con tu pareja. Todo eso suena muy bien, pero en el fondo sabes que no vas a lograrlo. Así que no lo intentas tampoco.
—¿Por qué no metemos el proyecto a concurso?
—Todos esos concursos ya están amañados. Es una pérdida de tiempo.
El éxito está lleno de personas exitosas, qué asco
El malentendido alrededor del éxito también lo encuentras como un repelente al éxito en sí mismo. En la primera mitad de los años noventa, el músico estadounidense Beck cantaba “Soy un perdedor, I’m a loser, baby, so why don’t you kill me?” (soy un perdedor, bebé; ¿por qué no me matas?). En esos mismos años, el grupo inglés Radiohead lanzaba su himno “Creep”. Su letra puede traducirse así: “Pero soy detestable, soy un raro, qué demonios estoy haciendo aquí, no pertenezco.” Igual y era consuelo de tontos porque era mal de muchos, pero en esos años, por músicos como él y algunas películas de adolescentes inadaptados, definirse como un perdedor tenía cierto encanto.
Al menos, piensas, esa apología del fracaso te aleja de la pedantería de los presuntos exitosos, todos sonrisas y actitud positiva ante la vida que se pasean bronceados por las calles. Cuando te reunías con tus compañeros de la preparatoria, la velada te parecía una competencia de títulos académicos, puestos directivos, fortunas personales y felicidad matrimonial. De verdad que volvías a tu casa y a tu depresión hasta con alegría.
El éxito acartonado que ellos se compraron, en tu escala de valores se volvió la imagen misma del fracaso. El dinero y la apariencia como meta final. El mal gusto y el narcisismo como una brújula averiada.
—Si un día actúo como ellos, mátame.
—Con gusto.
Gracias a que el fin de semana Netflix comenzó a exhibir la serie de TV Cobra Kai, ya conocemos qué pasó con el pobre de Johnny Lawrence 35 años después de que perdió contra Daniel LaRusso en un torneo de karate. Lawrence terminó colmado de pretextos para no triunfar. Aún así, su viaje sin escalas a la irrelevancia, te resulta infinitamente más entrañable, más humano, que el monodimiensional triunfador LaRusso.
Pero claro, piensas, eso es ficción y esta es una mala columna. La realidad, en su infinita complejidad, se encarga de ponernos a las personas en su lugar. El éxito o el fracaso son meras aspiraciones humanas, simples y dicotómicas, o esto o lo otro, blanco o negro. Las palabras de Paul Villafuerte en una entrevista para El Heraldo de México en YouTube te resuenan de nueva cuenta: “Y yo dije: chale, ¿a poco nomás los actores, o los que tienen dinero son exitosos? Pues no, también el éxito de una persona que ayuda los demás vale, ¿no?”
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo en Negocios Inteligentes, El Contribuyente y Goula. También es director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
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