el Contribuyente

De cómo la pandemia nos permitirá reescribir nuestro propio destino

¿Realmente teníamos que seguir el guión establecido hace décadas? La pandemia nos da la oportunidad de escribir nuestro propio destino.
El viernes 20 de marzo se suspendieron las clases en las escuelas en la Ciudad de México. Los chicos de tercero de secundaria lo consideraron vacaciones adelantadas de Semana Santa. Volverían a verse dentro de un mes, cuando terminara la cuarentena. “Si yo hubiera sabido que ese 20 de marzo iba a ser la última vez que vería a mis amigos, no nos hubiéramos despedido así”, dice D., un chico alargado, de 15 años, y con el pelo revuelto. Lo comenta detrás de un cubrebocas blanco mientras caminamos; le pesa que las cosas hayan salido de esta manera. Con el cambio de secundaria a preparatoria, muchos de sus compañeros, él mismo, cambiarán de escuela. “Los últimos nueve años de mi vida, más de la mitad de lo que he vivido, estuve con ellos. A muchos ya no los volveré a ver nunca.”
Su caso parece irrelevante en la escala de las tragedias que muchas otras personas han tenido que enfrentar. Hasta el momento, que se sepa, ninguno de sus amigos ni sus familiares ha enfermado. Perfectamente podrían volver a verse cuando todo esto pase; pero ese momento sigue alejándose hacia un futuro cada vez más incierto. Por otro lado, el inicio del próximo ciclo escolar es igualmente nebuloso. El examen de ingreso a la preparatoria se ha pospuesto, así como la fecha de inicio. Lo más probable es que la primera experiencia de D. en la nueva preparatoria sea virtual: no convivirá con sus nuevos compañeros, las clases serán, en el mejor de los casos, una disertación en línea.
Ese escenario no le agrada a D. Había imaginado que entrar en la preparatoria sería conocer nuevos amigos, maneras de pensar distintas. En cambio, será una experiencia aislada, anónima, mirando a un adulto hablar en una pantalla. “No voy a aprender nada”, dice.
Hace 100 años, en la pandemia de la llamada influenza española, muchos jóvenes de entre 14 y 17 años de todo el mundo dejaron sus estudios truncos. La cuarentena los alejó de la escuela y ya no volvieron más a las aulas. El hueco académico resultante de esa generación extendió sus consecuencias por décadas. Los chicos de esa misma edad se enfrentan, en esta nueva pandemia, a esa misma decisión, acentuada por las necesidades económicas urgentes de sus hogares con los familiares que ya perdieron el empleo.
¿Estudiar o trabajar? D. ya piensa mejor no entrar en este ciclo, hacer cualquier otra cosa, trabajar en algo, quizá entrar al siguiente. Pero sabe que de hacerlo tendría que volver a estudiar para el examen de admisión a la preparatoria, y para entonces habría olvidado muchas cosas. “Por primera vez en mi vida no sé nada de mi futuro; lo peor es que por primera vez en mi vida, también depende de mí, no sé nada.”

La insoportable levedad del relato burgués

Construimos nuestras vidas a partir de una narrativa que le da cierta estructura. Llamémosle el “relato burgués”. Este indica que antes de los cinco años debemos entrar a la escuela para aprender a leer y escribir. Tenemos muy claro el orden de los capítulos: preescolar, primaria, secundaria, preparatoria, universidad. Luego de la universidad es entrar a trabajar y conseguir una pareja estable, comprar una casa, un automóvil, formar una familia. Los hijos resultantes seguirán esa misma secuencia y los padres velarán porque así suceda, hasta que lleguen a la adultez. Para entonces, los padres, ya envejecidos, se retirarían de trabajar y vivirían pensionados hasta sus últimos días.
A grosso modo, así es cómo se espera que se desarrollen las biografías contemporáneas. Ese relato es reiterado en películas, telenovelas, series de televisión, obras de teatro, cómics y novelas. A lo mucho se le problematiza en pequeñas historias donde algún personaje rompe con esa narrativa, pero no se le discute. Es como si se asumiera, sin cuestionar nada, que esa sucesión de eventos es lo mejor a lo que puede aspirar un ser humano. 
Es el deber ser, es el parámetro de una moral sumamente tóxica. Su incumplimiento es condenado. El morbo que alimenta a las revistas del espectáculo y el corazón se construye a partir de qué tanto una celebridad o sus familiares se han alejado de esa expectativa. El relato burgués no solamente gobierna las decisiones, también marca las frustraciones cuando no se logra lo esperado. 
Lo curioso es que la ruptura, la deserción y la corrupción del relato burgués es harto frecuente, y por todo tipo de causas, casi siempre ajenas a la voluntad. Ahora es una pandemia, pero en otras ocasiones es un problema financiero, un accidente, una enfermedad física o mental, una muerte prematura, un acto de violencia. Por otra parte, cuando la ruptura nace de un acto de la voluntad, es motivo de escándalo. Un adulterio, un exilio al extranjero, un abandono de la profesión, un divorcio, una reasignación de sexo, un distanciamiento, un error, un suicidio, un delito: todo se juzga con la chata moralidad de los que imaginan vivir la narrativa al pie de la letra.

La ruptura del relato burgués a escala global

Con la pandemia, esa ruptura de las expectativas es global: a algunos los ha sacado de sus estudios, a otros los ha dejado sin trabajo, a otros más los ha alejado de sus familias y sus seres queridos; a otros que antes no estaban juntos, por el contrario: los ha sometido a una convivencia forzada que no tenían contemplada; a otros les ha roto, con la muerte repentina de un ser querido, el mundo que conocían.
La suma de todas esas salidas de la línea narrativa, añadidas a las que de por sí ya no eran operables desde antes de que todo esto sucediera, quizá lleve a una reescritura del relato burgués, a un replanteamiento de lo que entendemos como normalidad. La ausencia de un relato que dé sentido a toda una población es siempre motivo de crisis. ¿Con base en qué tomamos decisiones de vida cuando el relato ya no es funcional? 
Lo vemos con el relato heteropatriarcal cuyo resquebrajamiento ha sido impulsado por el feminismo. Los que se autodefinen masculinos se violentan, atacan y se sienten atacados y vulnerados, quieren dar explicaciones de su proceder, se deprimen, exageran. En resumen: entran en crisis ante la posibilidad de ya no ser privilegiados. Lo vemos con el relato de la superioridad racial: los de la raza opresora reaccionan con miedo y con violencia ante la posibilidad de ya no ser los favorecidos por el sistema.
Por otra parte, la disolución de cualquier relato es siempre el inicio de una libertad más auténtica: ¿qué tal que tomamos decisiones no para ver cómo podemos seguir el guión de la mejor manera posible, sino para crear nuestro propio relato, con menos ataduras y expectativas, más nuestro, más libre?
 

Lee más columnas de este autor. Te recomendamos: 

https://negocios-inteligentes.mx/todos-somos-o-podemos-ser-expertos-en-algo-titularse-es-opcional/


Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.

Salir de la versión móvil