Una marcha motorizada, un “Dictador Comunista” y un obrero viral: esto es México hoy
Desde que Karl Marx anticipó en 1848 que el fantasma del comunismo recorrería Europa, parece que 172 años después ese espectro sigue asustando a la burguesía mexicana.
El sábado pasado, desde vehículos adornados con pancartas, diversos grupos de manifestantes causaron embotellamientos voluntarios en distintas ciudades a lo largo del país. A claxonazos, exigían la renuncia del presidente Andrés Manuel López Obrador.
El número de plazas donde esto ocurrió varía según la fuente que se consulte. Los organizadores dicen que fue en más de 70 ciudades. Los medios, más cautos, hablan de menos de una veintena. También varía el número de autos en cada reporte: desde decenas por manifestación hasta miles. En la Ciudad de México hay cierto consenso en que fueron unos 250 vehículos que manejaron por Reforma hasta llegar al Zócalo. Pongamos que así fue y que en cada vehículo viajaban dos personas: en total, unos 500 manifestantes, mismos que cabrían sin grandes aglomeraciones en un solo tren del metro.
Se supone que, en adelante, cada sábado se organizarán estas caravanas impulsadas por combustibles fósiles y conductores dispuestos a manejar en embotellamientos voluntarios. Estas protestas, es de esperarse, terminarán cuando el presidente, cansado de ver a tantos automóviles reunidos en su contra, renuncie. O cuando los manifestantes encuentren otra salida a sus reclamos.
El frente anti-comunista de los pseudo-capitalistas
La marcha-embotellamiento la organizó un grupo denominado FRENAAA, o Frente Nacional Ciudadano y Frente Nacional Anti-AMLO, según su sitio web. Destacan los nombres visibles que comandan este movimiento. Una nota de Milenio menciona a los empresarios Gilberto Lozano, Juan Bosco Abascal y a Pedro Luis Martín Bringas, así como Rafael Loret de Mola (padre del periodista televisivo Carlos Loret de Mola), Pedro Ferriz de Con y su hijo Pedro Ferriz Hijar, todos comunicadores, así como Salvador Mendiola, académico. En la cuenta de Twitter de la organización califican al presidente como un “Dictador Comunista”; así, en mayúsculas.
Es de resaltar que la postura ideológica de este grupo sitúe al gobierno lopezobradorista en el espectro del “comunismo” —o al menos lo que ellos entienden como tal—. Desde que Karl Marx anticipó en 1848 que el fantasma del comunismo recorrería Europa, parece que 172 años después ese espectro sigue asustando a la burguesía mexicana.
Es comprensible su confusión: ellos recibieron su educación ideológica, incluida la que define al comunismo, a partir del aparato de propaganda estadounidense. Aprendieron a temer a los comunistas con películas y series de televisión de los años sesenta a ochenta, novelas de espionaje y artículos del Selecciones del Reader’s Digest. Durante décadas, sus aspiraciones fueron los ideales de la libertad mercantil y felicidad financiera de nuestros vecinos del norte; y quisieron imitarlos en la forma (el libre mercado, la acumulación de capital, la opulencia, el odio al comunismo), pero no en el fondo (la férrea ética de la anticorrupción y la transparencia, la legalidad y la solidez de las instituciones del Estado, el acento en la democracia y no en la desigualdad).
El comunismo bananero del mandatario populista
En contraste, la propaganda de este gobierno está formada por mensajes complacientes a las expectativas más irracionales de las clases menos favorecidas. No importa que las estrategias implementadas por este gobierno no sean viables, o sean campo fértil para corruptelas (como ha sido siempre), ni que tantas decisiones financieras sean erróneas desde el ángulo en que se les mire, ni que al final haya una camarilla de empresarios, familiares y políticos desproporcionadamente favorecidos por el actual régimen. El resultado es el desmantelamiento del andamiaje económico y de mercado que en los últimos años permitió, al menos en ciertas cifras, una cacareada estabilidad macroeconómica; estabilidad que muestra signos de estar colapsando.
Agreguemos que el mandatario encauza su discurso justamente a mantenerse en el favor de sus votantes, por lo que no duda en emplear frases, eslóganes y estribillos que denostan a los empresarios y organizaciones que no se le alinean. Por si hiciera falta, 2020 trajo una pandemia y una consecuente emergencia sanitaria que ha paralizado la actividad productiva del país, ha incrementado el desempleo, aumentará los índices de pobreza en niveles nunca antes vistos, y obligará a muchos empresarios a cerrar sus negocios.
AMLO está tan lejos de ser dictador y de ser comunista como de ser un buen presidente; pero aún así los que protestan desde la comodidad de sus autos tienen motivos legítimos para estar descontentos con el mandatario.
Eso sí, quizá no tantos motivos como los obreros a los que muchos de ellos obligan a trabajar con riesgo de contagio durante esta pandemia, o a los que corrieron para que sus empresas no quebraran, o a los que redujeron los sueldos para así no perder el nivel de vida que han conquistado, o a los que durante décadas les fueron reduciendo su poder adquisitivo escudados en que para competir en el extranjero había que bajar los precios. Pudieron ofrecer calidad, invertir en tecnología, en capacitación, en educación, en mercado interno, pero fue más fácil competir con mano de obra barata.
El gesto espontáneo de un obrero fastidiado
Pero el público ya entiende mejor estos matices. Ese mismo sábado, las redes sociales destacaron de manera mucho más eficiente que los hashtags que repetían #AMLOveteYA, un video captado en Monterrey, Nuevo León, por el periódico El Norte. En él un hombre, desde un autobús de pasajeros, les mienta la madre con brazo musculoso a los manifestantes regios que protestan desde sus automóviles:
—¡Los obreros movemos a México, pinches ridículos! —gritaba.
Al final, en cuestión de horas, el brazo del obrero, en dibujos y fotografías, fue retomado en ilustraciones y carteles, como otro símbolo más de la lucha de los desposeídos. Ese gesto espontáneo tuvo una carga semiótica mayor y más empática que la protesta por la pérdida de privilegios de la clase privilegiada.
El descontento de los empresarios mexicanos en contra de AMLO es legítimo y muy real. Pero su protesta no busca otra cosa que la preservación de su elitismo. Mucho más harían los empresarios por México si prestaran más atención a los mexicanos que los enriquecen con su trabajo. De entrada habrían hecho innecesario el voto para un gobierno como el actual, que toma su fuerza de la inequidad que define a nuestro sistema de castas.
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
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