Clases online en cuarentena: un pretexto para revisar si la enseñanza presencial es efectiva
Toda crisis es una oportunidad. En este caso, la mudanza de clases presenciales a clases en línea pone en perspectiva la eficacia de la didáctica tradicional.
Te ponen el uniforme escolar y te meten en una escuela porque así tiene que ser. A esa edad no lo cuestionas. Te sientan en un pupitre en un salón con niñas y niños tan adormilados como tú. A la profesora la saludan con una cantaleta aborregada: “Bueeenos dííías, miss Rosita” y en seguida ella exige actos antinaturales para menores de edad: estar atentos, sentados, derechitos, en silencio. Si por algún azar de tu formación, tus circunstancias o tu genética, tienes la rara capacidad de estar así por horas, tendrás ventaja sobre el resto de tus compañeros a la hora de las calificaciones. Si por esos mismos azares te es difícil hacerlo, recibirás notas inferiores. Si eso se mantiene, te etiquetarán como de bajo rendimiento académico, un estigma que puede tener consecuencias en tu vida adulta.
Es curioso, piensas, pero de niño sí podías poner atención pasivamente por horas: tus calificaciones eran buenas. De adulto has perdido por completo esa facultad. A menos que sea interesantísimo o comiquisimo, no puedes atender más que unos pocos minutos a otro adulto que quiera explicarte algo. Para escuchar y procesar la información que recibes (sea hablada o leída) necesitas hacer otra cosa al mismo tiempo: hacer garabatos, doblar clips o incluso jugar solitario en tu teléfono. Un día descubriste que hay estudios que demuestran que esa diversión es un recurso didáctico perfectamente válido, aunque en el jerarquizado mundo corporativo se malinterpreta como desacato.
Tu facilidad para distraerte en las juntas te ha costado la enemistad de varios de tus jefes en trabajos anteriores. Al menos dos de ellos verbalizaron su frustración y dijeron que esa era una de las razones por las que preferían despedirte. Creo que cuando dijeron eso les empezaste a poner atención. Demasiado tarde.
La niña que fue llamada a ser la próxima Steve Jobs y su maestro revolucionario
En 2013, la revista estadounidense Wired puso en su portada a Paloma Noyola una mexicana de 12 años, con un sobrenombre desmedido: “The Next Steve Jobs” (“la próxima Steve Jobs”, en referencia al fallecido CEO de Apple). Las páginas interiores narran cómo, en una colonia marginal de Matamoros, Tamaulipas, su profesor, Sergio Juárez Correa empleó sistemas educativos de avanzada que sacó de Internet. Al aplicarlos en sus alumnos de sexto de primaria, logró acelerar su nivel de aprendizaje. Diez de ellos tuvieron resultados en la prueba Enlace que los situaban por encima del 99.99% de los estudiantes de todo México. Paloma, en especial, había logrado el puntaje más alto de todo el país.
Ya desde entonces se adivinaba que estábamos ante un triunfo aislado. En 2018, un artículo de Dinero en Imagen, retomaba la historia de la niña. En él decía que había dejado las matemáticas —y por tanto su futuro como próxima Steve Jobs— para estudiar Derecho. También admitía que la portada de Wired le había abierto muchas puertas; algo que, por desgracia, no ocurrió con sus ex compañeros. Como dice el artículo: “Al no tener una orientación y empuje, todas sus compañeras se casaron, tuvieron bebé, frustrando así sus estudios. Sobre los varones les pasó lo mismo, desperdiciando así un gran potencial.” La inercia y el anquilosamiento burocrático de las instituciones educativas del país se encargaron de sepultar la anécdota exitosa en el olvido.
Los métodos que utilizó el profesor Juárez Correa hacían obsoleta la relación vertical profesor-alumnos. En Internet conoció las experiencias didácticas de Sugata Mitra, un ingeniero de Nueva Delhi, India, quien tuvo la ocurrencia de dejar una computadora funcionando para que los niños callejeros aprendieran por sí mismos a usarla. Lo hicieron con creces y motivados solamente por la curiosidad. Inspirado en ello, Juárez Correa dejó que sus alumnos aprendieran por sí mismos a partir de retos dirigidos: algo en contra del viejo esquema del profesor que habla ante un salón lleno de alumnos sentados que reciben información pasivamente.
La cuarentena que vino a cuestionar tu didáctica tradicional
Por suerte para ti, dado tu déficit de atención, en tus actividades profesionales ya no tienes que estar tan pendiente de recibir órdenes. Como jefe, como consultor experto y como profesor casi siempre es a ti a quien los demás escuchan. No tienes problema alguno en disertar durante horas ante el reducido auditorio de un salón de clases o una junta directiva. Mientras expones estás atento a las reacciones y el lenguaje corporal de tu público. Por momentos te sientes un standupero y calculas los chistes, el timing, lanzas preguntas a los que se están distrayendo para traerlos de vuelta a la discusión. Creías ya tener dominado el sistema de impartición de conocimiento, la relación profesor-alumnos… entonces vino la epidemia de COVID-19 y se instauró la cuarentena.
Sin experiencia en cursos en línea, juntaste tus láminas de powerpoint, te trepaste a una plataforma de videoconferencias y sin mayor trámite te trasladaste con tus clientes, con tus alumnos, con tus empleados, de la sala presencial a la sala virtual. Todo fue de emergencia.
Perdiste de inmediato la retroalimentación que daba el lenguaje corporal, te transformaste en un locutor que recita ante una máquina. Cuando ahora preguntas algo, a veces te responden, a veces tienes que insistir para que alguien abra su micrófono y participe. A veces grita el del gas en la calle, a veces pasa el camión que compra colchones, tambores, refrigeradores, estufas, casi siempre las cámaras están apagadas y sólo escuchas voces, ladridos, ruidos aislados; intuyes que algún ser vivo está detrás de esas cuentas activas.
No es lo mismo profesor-alumnos que maestro-discípulo
La dinámica maestro-discípulo es tan antigua como la humanidad, pero tiene poco que ver con esa misa de profesor-alumnos que vemos en las aulas, sean presenciales o virtuales. La primera es un vínculo entre un aprendiz y un experto que busca la profundización, la confrontación y el perfeccionamiento de conocimientos avanzados. La segunda es una burda estandarización que, a fuerza de ser implementada de manera masiva da, por mera estadística, algunos resultados. Para no ir más lejos, una investigación de la Universidad de Wisconsin en 2005 señalaba que la simple enseñanza a niños de las operaciones matemáticas puede afectar para mal su capacidad futura para resolver ecuaciones. Pero es lo que hay. Sin un modo absoluto de comparar la ineficacia de los métodos tradicionales ante las posibles ventajas de los métodos modernos, la educación actual, de raíces medievales, seguirá intacta. Lo peor, incuestionada.
Pero en estas últimas semanas, el salto obligatorio a las clases virtuales por la pandemia de COVID-19 ha puesto en perspectiva la eficacia de la didáctica estandarizada. Esto a pesar de que casi todas las experiencias educativas por internet están siendo meros ejercicios de emergencia de profesorado a distancia y no de aprendizaje en línea propiamente dicho. Un artículo publicado en Educause Review plantea con claridad este contraste. Queda claro que esa revolución educativa, si bien se puede poner en práctica en las condiciones de laboratorio de tus clases y seminarios, está muy lejos de nuestro alcance.
Piensas que en el mejor de los casos podría pasarte como aquel maestro de Matamoros, Tamaulipas, que llevó a sus alumnos a destacar en la prueba Enlace… y ahí quedó todo.
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
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