La estrategia de desinformación desde que inició el sexenio de AMLO comienza a revelar sus flaquezas por simple desgaste. Y no le está favoreciendo al mandatario.
Si un periodista con cierto nivel de influencia denuncia las fallas del gobierno actual, de inmediato recibirá en redes sociales ataques de presuntos defensores del presidente, Andrés Manuel López Obrador. En realidad no importa qué tan crítico haya sido el periodista en sexenios pasados: todo su trabajo y legitimidad previa quedarán cancelados si se atreve a señalar la ineptitud del actual mandatario y su grupo político.
Digo presuntos defensores, porque no hay manera de establecer filiación directa entre estas personas y las entidades gubernamentales. Entre el ejército de defensores hay seres humanos (personas perfectamente identificables, muchas veces influencers), “bots” (cuentas administradas por un algoritmo), “humabots” (personas de carne y hueso que administran perfiles falsos como si se tratara de seres humanos), e híbridos (cuentas que a veces actúan como seres humanos, a veces como “bots”, y a veces como “humabots”).
Cuando se hacen análisis de la dispersión de los tópicos en las redes sociales, puede establecerse si el tema fue promovido de forma deliberada para imponerlo en la conversación (normalmente desde una granja de bots), o si es “orgánico” (producto de la acción más o menos espontánea de cientos o miles de usuarios). Ni siquiera cuando es evidente que el tópico o los ataques fueron impulsados de manera artificial queda claro quién o quiénes los promueven. Pueden ser allegados al presidente, o pueden ser incluso sus adversarios. Pueden ser ambos.
La semana pasada, en su conferencia mañanera del 6 de mayo, el presidente dedicó un espacio a hablar de la “infodemia”, un término nuevo que vincula las palabras “pandemia” e “información”. Su significado tiene que ver con la proliferación de información falsa en los medios digitales. Incluso invitó a Genaro Villamil, director general del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano (SPR), a que explicara el fenómeno. En algún punto, Villamil dijo: “Lo que ha habido es una intensificación de la diseminación de versiones falsas y de versiones incluso hasta alteradas de videos que se truquean para dar la impresión exactamente inversa de lo que está sucediendo.” Días antes, el 4 de mayo, el propio presidente ya había planteado “pedirle a Twitter y a Face que nos expliquen cómo es que venden publicidad para bots y además sobre todo que rindan cuentas, que haya transparencia.” El hecho es que esas redes no reciben dinero de los bots. El asunto no funciona así.
Las personas que han admitido recibir directamente dinero a cambio de administrar contenido en “defensa” de la 4T con cuentas falsas, muchas veces ignoran la identidad o intenciones de sus patrocinadores. Sólo cobran y ya. Tampoco saben, ni les interesa, si de verdad sus jefes buscan la buena reputación del gobierno, o justo lo contrario.
Los tres mecanismos del descrédito hacia las críticas
Estos presuntos defensores usan por sistema tres mecanismos de argumentación falaz en contra de sus virtuales adversarios. Ese breve menú ya muestra signos de desgaste.
El primer mecanismo, lo mencionamos en una columna anterior, es la falacia ad hominem. Consiste en cuestionar la solvencia moral de quien emite una opinión, sin importar el carácter de experto que tenga sobre la materia en la que opine. Así, cualquier cosa que se diga, por sensata que sea, es desacreditada porque quien la enuncia es imperfecto.
El segundo es una derivación del anterior, y casi siempre el ejército de bots lo emite en automático cuando un periodista señala los despropósitos del actual gobierno. Consiste en acusar, sin sustento alguno, que el periodista en sexenios anteriores aceptaba dinero de los agentes del poder. En otras palabras, el infame “chayote”. Aunque es verdad que algunos pocos comunicadores o medios informativos percibieron jugosos beneficios en los sexenios pasados, lo cierto es que la mayoría de los periodistas más bien se empobrecieron en esas mismas administraciones.
El periodista común ha visto cómo su profesión se ha precarizado en todas las dimensiones imaginables. Su poder adquisitivo disminuyó, aumentó su carga de trabajo, se evaporaron sus prestaciones sociales, perdió su pensión de retiro, su fuente empleo, y para colmo es atacado por su independencia y amenazado de todas las maneras imaginables. El grado extremo es cuando es levantado, torturado y asesinado por ejercer su profesión en una de las estadísticas más penosas de nuestro país. Desde el año 2000 a la fecha suman 159 periodistas asesinados en México. Sólo en 2020 les han arrebatado la vida a seis. El último de ellos ocurrió apenas el fin de semana pasado en Ciudad Obregón, Sonora.
Pero el estado de precariedad de la prensa nacional no es algo que interese a los presuntos defensores del régimen. El fantasma del chayote sobrevuela sobre la opinión pública y resta credibilidad al buen periodismo. Como actúan por consigna, atacan de forma genérica, irracionalmente. Quieren hacer creer que todo periodista que critica al régimen lo hace sólo porque dejó de recibir dinero y no porque el actual régimen padece de una ineptitud estructural que debe de ser señalada. Me pregunto si, cuando ellos dejen de recibir dinero por apoyar a su causa, no reaccionarán de la misma forma como suponen que lo hacen los ex beneficiarios del chayote.
El tercer mecanismo presupone una campaña de desprestigio orquestada en contra del actual régimen. Esta conspiración estaría dirigida por los “conservadores” y los “neoliberales”, comandados por el ex presidente Felipe Calderón, y varios empresarios, que quieren ver al país hundirse, para ganar las próximas elecciones. De este modo, toda crítica estaría impulsada por este grupo. Este argumento lo maneja el propio presidente, sin sustento alguno. Lo cierto es que el actual régimen da pie a críticas razonables sin necesidad de que haya conspiradores detrás. Nadie quiere ver al país hundirse. De hecho, la constatación de que el país se hunde es la principal razón para señalar que lo que se está haciendo sólo puede llevar al desastre.
Una porra usada en contra del poder
Una técnica eficaz para hacer odiosa a una institución es mantener paleros que se comporten como subnormales al “defenderla”. Si lo hacen de manera continuada y consistente, la reputación de la institución irá cambiando gradualmente de signo y la efectividad de los “defensores” se verá mermada. Piensen en las porras fanatizadas del futbol: terminan por volver odioso al equipo que respaldan. Pero si además la institución en cuestión —en este caso el gobierno de México— persiste en tomar medidas que ofenden a una parte de la audiencia, la argumentación de los propios defensores también se verá dañada.
Poco a poco, los defensores con nombre y apellido han ido cambiando de bando… en especial los que no reciben apoyos económicos o en especie del gobierno actual. Luego, cuando los recursos se agoten (la crisis económica que ya nos está ahorcando se encargará de ello), y dejen de recibir subvenciones de sus patrocinadores, veremos una tasa de mortalidad en cuentas de twitter imposible de explicar con ninguna pandemia.
No está de más recordar que esto ocurre solo en el campo de batalla limitado, elitista y mayormente clasemediero de las redes sociales. El gobierno actual sabe que ahí tarde o temprano perderá las batallas. Su apuesta es por el público empobrecido, mayoritario, sin acceso a internet, que tiene otras preocupaciones distintas a la frívola conversación tuitera.
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.