el Contribuyente

La extraña defensa de las discutibles cifras oficiales de la pandemia en México

En casi todo el mundo hay un conteo deficiente de casos de COVID-19. ¿Por qué rasgarse las vestiduras si se encuentra que lo mismo pasa en México?

Una rara conjunción de astros periodísticos llevó a tres medios internacionales de primer orden a publicar el mismo día, 8 de mayo, sendas notas acerca de que, en México, se están sub reportando las cifras de la COVID-19. El diario español El País utilizó datos oficiales para hacer una estimación de contagios que es por lo menos veinte veces más alta de la que manejan las cifras oficiales. El periódico estadounidense, The New York Times (NYT) reportó que las muertes en Ciudad de México por SARS-CoV-2 serían el triple de las que el gobierno supone. The Wall Street Journal apuntaba que los certificados de defunción también indicaban más muertes por el virus que las que están contabilizadas.
No solo la prensa internacional ha puesto en tela de duda las cifras mexicanas. Medios nacionales como El Universal, también han explorado esta posibilidad. En una nota publicada el 9 de mayo, el matemático Raúl Rojas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, según el medio, “uno de los más respetados del país”, desmontaba por completo el manejo estadístico oficial que asegura que la epidemia terminará exactamente el 25 de junio; algo que es biológicamente imposible.

Cinco razones para creer que las cifras están sub representadas

No se necesita ser epidemiólogo o catastrofista para entender que lo que estos medios apuntan, aunque terrible, es bastante sensato. Primero, porque en todos los países hay un sub reporte de cifras, de modo que no es extraordinario que también ocurra en México.
Segundo, porque el propio vocero de la secretaría de Salud, el subsecretario Hugo López-Gatell, ha reiterado que el modelo de medición que se ha aplicado en el país es un muestreo estadístico —lo llaman “Centinela”—. Según ese modelo la cifra real debería de estimarse en por lo menos unas ocho veces superior a la reportada directamente.
Tercero, porque el porcentaje de decesos versus casos confirmados es casi el doble en comparación con otros países. Esto puede interpretarse de dos formas: o nuestro sistema de salud es una porquería y lleva a la muerte a personas que en otro país no hubieran fallecido; o bien, el alto porcentaje de letalidad es reflejo de los casos no confirmados, de modo que si hubiera cifras precisas sería equiparable con el resto del mundo.
Cuarto, porque en todos los países la cantidad de decesos por cualquier causa está reflejando una mortalidad mucho más alta de la esperada. El total de muertes de casos confirmados del nuevo coronavirus no explica cómo han aumentado los decesos por otros motivos. El propio NYT publicó una estadística sobre esta misma materia en la que muestra que, por ejemplo, en la ciudad de Nueva York entre el 15 de marzo y el 2 de mayo hubo un exceso de 23 mil muertes con respecto a la cantidad normal de fallecimientos en esa ciudad. Pero que de esa cifra descomunal, 4 mil 300 decesos no fueron por infección de COVID-19. Para dar una idea de la magnitud de la tragedia, en el atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 murieron poco menos de 3 mil personas.
Quinto, una pandemia no es algo de lo que avergonzarse cuando todo el planeta la está padeciendo. Pero dar las cifras maquilladas sí es algo para dar pena; por lo que artículos como los mencionados deberían servir al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, como punto de partida para mejorar su manejo de la situación.

La defensa ad hominem de lo indefendible

Pese a las anteriores razones, el día que salieron esas notas a la luz pública, las cuentas de defensores del presidente de México, de inmediato desacreditaron los reportajes de estos medios internacionales. Eso no es extraordinario, pues son voces bien entrenadas en dispersar, desviar y diluir las discusiones disidentes. Su repertorio de herramientas para este fin es extenso.
La más común es la falacia ad hominem. En ella se desacredita la información a partir del descrédito moral o ideológico de la fuente que emitió la crítica, o de quien elaboró la investigación. En este caso, se desestimó la veracidad de los reportajes porque entre las fuentes había personajes que se supone tendrían alguna ganancia política en golpear al actual gobierno. Por ejemplo, uno de los personajes citados por el reportaje del NYT era José Narro Robles, ex secretario de salud, quien apenas el 6 de mayo, fue señalado porque durante su periodo al frente de la dependencia en el sexenio peñanietista, había dejado 307 hospitales sin construir.
También se desestimaron estos reportajes por el hecho de haber salido el mismo día: en una visión conspiracionista, eso es claro indicio de complot. Por ahí también iban los señalamientos (débiles, por cierto) de “querer politizar” la pandemia. También se criticaba el uso de fuentes anónimas (en el reportaje de NYT se citaban a “tres personas con conocimiento del asunto” sin definirlas) y, en general, lo que los defensores del presidente consideraban desaseo periodístico.
Se agradece el celo por un buen reporteo de los defensores del presidente (un celo selectivo, pues cuando una nota torpe y falaz encomia al mandatario, no salen a señalar las pifias). Pero no deja de ser notable que buena parte de la audiencia decida creerle más a los defensores y a sus reparos que a las investigaciones. Esto a pesar de que, ya lo dije, lo que esos reportajes mostraban era algo que está ocurriendo no sólo en México sino, en general, en el mundo.
Buena parte de la audiencia en este país ha decidido creer en su presidente con fe ciega. Una postura casi religiosa. Mucho se ha hablado del mesianismo de López Obrador. Todo ser humano, aún los presidentes, están en su derecho de ser megalómanos y creerse elegidos por el destino mientras eso no les lleve a cometer delitos. El problema está en las personas, adultas, capaces de discernimiento, que deciden fanatizarse por otro ser humano, sea presidente o lo que sea.

El relato de la esperanza como lo último que muere

En tiempos desesperados, es natural hallar consuelo en narrativas que dan sentido a los sinsabores del presente. Relatos que plantean que las dificultades son pruebas a superar, o que señalan que hay luz al final del túnel, son tan poderosos que, en muchas personas, ni siquiera la evidencia de la realidad pueden desmontarlos.
Las religiones llevan varios milenios con este tipo de ideas, y han sobrevivido a todo tipo de pandemias, guerras, hambrunas y catástrofes naturales. En el actual desastre mexicano, esa tormenta perfecta que combina una enfermedad altamente contagiosa y mortal, una debacle económica sin precedentes, y la certeza de que lo peor está por venir, una alta proporción de los mexicanos están depositando su fé ciega en la narrativa presidencial.
De acuerdo a los cálculos del gobierno, la cuarentena se levantará gradualmente en el país en las próximas semanas. Sería útil mostrar cifras que den sustento a esa decisión. Según esto, en este país de 126 millones de habitantes, a la fecha habría más de 35 mil contagios y más de 3500 fallecimientos. El dilema, hoy —a más de dos meses de iniciada la jornada mexicana contra la COVID-19— es exactamente el mismo al que se planteó el gobierno en febrero de este año: ¿parar todo, y arruinar económicamente al país; o no parar y enfrentar la furia de una pandemia con un sistema de salud insuficiente? Imaginemos el peor escenario y asumamos que esas cifras están sub representadas de acuerdo a los cálculos de los medios internacionales. Aún así, aún faltamos mucho más de 120 millones de personas para ser infectadas. Y va a pasar.
Las investigaciones periodísticas están mostrando lo que en el fondo todos los mexicanos sabemos perfectamente: la curva dista mucho de aplanarse. Pero los numerosos creyentes en la religión de la cuarta transformación quieren tener otros datos. Una mentira que dé esperanza siempre será preferible a la verdad cuando la evidencia de los hechos es desoladora. Por eso se cree en milagros aunque esa creencia lleve a la inacción, a las malas decisiones, a la pérdida del tiempo, a la catástrofe. Porque de otro modo, ¿qué queda cuando hasta la esperanza ya nació muerta?
 
 
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.

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