Para el informe trimestral se había creado una gran expectativa: parecía que, al fin, el gobierno tomaría una decisión sensata. No ocurrió así. Pero entonces, ¿qué está pasando?
De nueva cuenta, los empresarios se hicieron ilusiones con respecto al presidente. Los embaucó antes de que tomara posesión, cuando creyeron que no cancelaría el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Se ilusionaron cuando pensaron que no se lanzaría a construir la refinería de Dos Bocas. Volvieron a tener alguna esperanza cuando creyeron que seguiría adelante con las Zonas Económicas Especiales. Una y otra y otra vez. Siempre le creen. Esta vez, soñaron que por fin tomaría decisiones en su favor a raíz de la pandemia de COVID-19 y las consecuencias económicas derivadas de la emergencia sanitaria.
Este es el escenario en pocas palabras: suspensión de todas las actividades no esenciales, pago de sueldo completo a los empleados durante el tiempo que dure la cuarentena aunque la empresa detenga su producción; y al mismo tiempo, la intransigencia del actual gobierno a relajar las obligaciones fiscales. En la mayoría de los países del mundo, los gobiernos ya habían implementado planes de ayuda para que la economía no colapse. Se tenían motivos para pensar que, tarde pero al fin, el gobierno haría algo para contener la debacle que ya está entre nosotros.
Con un peso que perdió siete unidades frente al dólar en sólo dos meses, con el precio del petróleo por los suelos, con Pemex dando estertores, con una pandemia que tiene paralizada buena parte de la actividad económica en el país, con marzo como el mes más violento de la historia con más de 80 asesinatos al día en promedio, se exigía un golpe de timón.
La esperanza muere en domingo
Banqueros y empresarios se reunieron con el presidente el viernes pasado, filtraron a los medios algunas de las propuestas que se pensó haría, se mostraron optimistas y refrendaron su lealtad al mandatario. El domingo 5 de abril, el jefe de estado se plantó en un podio ante un patio vacío (para respetar la sana distancia)… y no atendió ninguna de las solicitudes que le hicieron los representantes de las cámaras empresariales y la banca.
No pedían gran cosa, realmente, incluso tal vez sólo necesitaban una señal, por débil que fuera, de que había solidaridad por parte de la actual administración hacia los pagadores de impuestos.
En lugar de ello, el presidente se mantuvo firme en sus promesas de campaña, y en otorgar ayuda a los más pobres. Una ayuda que se antoja en realidad simbólica: préstamos de 25 mil pesos por microempresario, hasta apoyar a un millón de ellos.
En el país hay alrededor de cuatro millones de empresas formales registradas. De ellas sólo la octava parte recibirán esos 25 mil pesos prestados: 500 mil empresas. Los otros 500 mil negocios apoyados serán del sector informal, el que no paga impuestos.
¿Cuánto podrán aportar, en términos de beneficio al país en su conjunto, 25 mil millones de pesos dispersados en un millón de micronegocios? ¿Generarán empleos? ¿Evitarán el hambre por cuántas semanas más? ¿Contendrán la violencia? De todas maneras, quienes lo reciban habrán contraído una deuda que deberán pagar a razón de mil pesos por mes los próximos 25 meses a partir del cuarto mes.
¿A quién le habla López Obrador y por qué?
La lógica del mandatario sigue siendo la misma desde que hace campaña: hablarle solo a la mayoría de país, a los más pobres. Los más desfavorecidos no ven diferencia mayor entre la miseria actual y la futura. Que cancelen un aeropuerto, que abran una refinería, que suba el dólar, que no se condonen impuestos, que aumenten los asesinatos, que se extienda una pandemia: es la misma vida sin futuro de siempre. Pero les alegra por un tiempo la promesa de ayudas económicas, magras pero directas, que podrían recibir aunque luego tengan que devolver. Igual desde ahora saben que no devolverán ese dinero: debo no niego, pago no tengo.
Si hay que culpar de algo a los gobiernos anteriores —como tanto gusta de hacer el actual presidente para evadir las acusaciones hacia la ineptitud de su mandato— es de haber obligado a más de la mitad de la población a una pobreza sin salida. Haber favorecido una sociedad sin movilidad social, en donde los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Se les debe de culpar de alimentar por décadas, con la compra de votos, con ayudas clientelares, la idea nociva del papá gobierno que sólo está para regalar cosas. En otras palabras: de sembrar el terreno para que un gobierno como el actual fuera preferible. Y como daño colateral: haber permitido, por décadas, que la clase media se adelgazara.
Porque la que saldrá perdiendo de todo esto es, de nueva cuenta, la clase media. Los ricos quizá vean algo mermados sus ingresos o su capital, pero en realidad nada de cuidado: a lo mejor cancelarán algún viaje, cerrarán alguna fábrica, despedirán a cientos de personas, pero seguirán siendo ricos. Los pobres tendrán 25 mil pesos más que igual deberán de pagar si logran recuperarse, o declararse morosos de por vida. Seguirán igual de pobres. Pero la clase media sí se empobrecerá: los que habrán perdido el empleo cuando todo esto pase; los que no lo perdieron, pero tuvieron que firmar un acuerdo en el que aceptaban un menor pago de sueldo a cambio de conservar el trabajo; los dueños de pequeños negocios que cerraron por estas circunstancias y no tienen la infraestructura para vender en línea; los que por no tener ventas, no recibirán un peso las semanas que dure la emergencia sanitaria.
Al final de esta cuarentena, López Obrador habrá perdido muchos votantes, como lo viene haciendo desde inicios de este año, pero manejará su narrativa, como suele hacerlo. Quizá los empresarios vuelvan a ilusionarse con él. Pero él se habrá afianzado entre sus pobres de siempre, su audiencia, que escucha sus discursos y mañaneras como una vía de esperanza, relatos de un futuro prometedor sin ninguna base en la realidad, y el país entero se habrá hundido más en la irrelevancia, en la marginalidad, en la miseria, en la violencia asesina que por desgracia desde hace décadas nos define.
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.