El aburrimiento es un campo de estudio, y bastante más divertido de lo que podría pensarse. Revelar su secreto te ayudará a mejorar tus procesos de pensamiento.
De niño fui un sinamigos. No es aquí consultorio psicológico para ver las causas de ese triste caso, pero me enfocaré en la consecuencia: durante años me aburrí enormemente. Ignoro por qué, cuando somos niños y nos aburrimos, acabamos tirados en el piso como tapetes lamentando nuestra situación. Pues eso hacía yo: hacerme tapete para que el tiempo pasara; el problema es que pasaba muy lentamente.
En cuanto mis padres me veían en ese estado, me ordenaban hacer cosas “de provecho”, algo que podría traducirse como sacudir el polvo de los muebles, lavar el coche o acomodar el cuarto de los triques. Sobra decir que estar tirado en el piso me parecía una actividad más agradable que cualquiera de esas tareas domésticas.
Con el tiempo descubrí que había libros para leer y lápices para dibujar, y con eso comencé a llenar las horas muertas. Llegó el punto en que las llené perfectamente. Un día hice alguna travesura que ya olvidé, pero sí recuerdo el castigo: me mandaron a mi cuarto a estar encerrado toda la tarde. Me pareció estupendo: me estaban dando permiso de quedarme en mi recámara y por lo tanto no me iban a molestar con que hiciera algo “provechoso”. Acepté el castigo con una sonrisa de placer. Esa tarde leí, dibujé, escribí. Me la pasé genial.
Hay quien conoce el aburrimiento por vez primera
Quizá por ese entrenamiento de mi infancia es que estos días de cuarentena, de encierro y distanciamiento social, lo he pasado a las mil maravillas. Mi tendencia a la introversión me da ventaja: si de niño fui un sinamigos, de adulto evolucioné a ser un pocosamigos. Puedo pasar días y días sin contacto humano y yo feliz. Escribo. Leo. Veo series. Paseo a mi perra. Pienso por horas. Juego videojuegos. ¿Socializar? No me es necesario.
Pero reconozco que soy un bicho raro, que la norma y lo saludable para el ser humano es la convivencia. Se denota en los posteos en redes sociales que una gran mayoría de los que se están quedando en casa están hastiados y están angustiados. Es más, muchos están conociendo el verdadero tedio por vez primera.
No es difícil: la civilización del entretenimiento en la que vivimos se ha encargado de impedir a toda costa que nos aburramos. La variedad de mecanismos con los que se evita el tedio es amplísima y sigue creciendo: partidos deportivos a todas horas, películas, programas de radio y televisión, videojuegos, estadios, antros, bares y restaurantes, café y alcohol, centros comerciales, redes sociales, apps de ligue, juguetes para todas las edades, discos, conciertos, drogas, porno, teléfonos celulares, parques de diversiones, chats. Hay quienes incluso leen libros, o hasta van al teatro.
Pero cuando todo esos mecanismos se interrumpen y las opciones de diversión se ven limitadas —como en una cuarentena— un amplio sector de la población de pronto no sabe qué hacer y comienza a hacer cosas que de otra manera no tendrían sentido alguno, como cantar a coro desde los balcones.
La divertida ciencia detrás del aburrimiento
Un viejo y famoso experimento psicológico colocaba al participante en un cuarto vacío frente a una mesa con un botón que daba toques eléctricos al tocarlo. Antes se le instruía al voluntario que, si no tocaba el botón, al salir se le daría dinero. Si tocaba el botón, no recibiría dinero, sino una descarga eléctrica. En el cuarto no había ningún otro estímulo. El participante no tenía su celular a la mano, no había nadie con quién hablar, nada más que hacer… sólo ese botón rojo. Ya se puede adivinar el resultado: la mayoría de los participantes prefirió oprimir el botón y electrocutarse, que esperar pacientemente a recibir el dinero. No sólo eso: la mayoría también oprimió el botón y se dio de toques más de una vez, todo con tal de no aburrirse.
La doctora Erin Westgate, de la Universidad de Florida, es especialista en aburrimiento (sí, el aburrimiento es un campo de estudio, y bastante más divertido de lo que uno podría pensar). Ella define el aburrimiento como “el resultado del desequilibrio entre las demandas cognitivas de la mente, y los recursos mentales disponibles, o bien el desequilibrio entre las actividades y el valor que se le da a la finalidad de esas actividades.”
El estudio del aburrimiento permite entender los detonadores de la creatividad y la generosidad en las personas. De acuerdo a los estudios, ante una situación de aburrimiento, hay dos salidas posibles. La primera es la pasiva, que consiste en abordar cualquier actividad sin sentido para “matar el tiempo” (que puede ser desde tirarse al piso como tapete; hasta emborracharse cada fin de semana porque no hay otra cosa mejor que hacer esos días… o darse toques eléctricos). La segunda salida es la productiva, en la que el sujeto “aprovecha” para realizar o planificar actividades que tengan significado. Lo importante en esta segunda salida es que es justamente el aburrimiento el que detona que la persona haga cosas positivas que de otro modo no se hubiera imaginado hacerlas.
Otro experimento mostró que, luego de situaciones de tedio, los participantes se mostraban más generosos y, tendían a donar sangre o dinero a causas humanitarias. Otro más puso en evidencia que, después del hartazgo, las personas aportaban más ideas y más novedosas a la solución de problemas creativos.
El horror a pensar en sentido amplio
La definición personal de entretenimiento (y, por ende, de aburrimiento) varía en cada individuo. En mi caso, no me aburro en situaciones que la mayoría de la gente suele encontrar tediosas (pongamos, en esta cuarentena). Por el contrario, en actividades que muchas personas consideran sinónimo de diversión, yo me aburro mortalmente. Llévame a un antro o a un estadio y voy a querer salirme de ahí a los 15 minutos.
Lo cierto, también, es que la mayoría de las cosas que culturalmente definimos como “divertidas”, realmente no fueron pensadas para no aburrir (pues ya vimos que cada quién se divierte o se aburre de distintas maneras), sino para no pensar en un sentido amplio. Los aficionados al ajedrez podrían objetar que el juego involucra mucho esfuerzo mental, mucho pensamiento. Tienen razón. Pero es un pensamiento en sentido estrecho: se limita a los movimientos de las piezas y su combinatoria. El pensamiento en sentido amplio no tiene cauce alguno, consiste en dejar a la mente fluir a lo libre; y esa vastedad, ese vacío, para la mayoría de las personas resulta menos atractivo, más aberrante, que darse toques eléctricos.
Esta cuarentena podemos tirarnos como tapetes en el piso, embriagarnos hasta perder el sentido del avance del tiempo y realizar todo tipo actividades sin sentido y registrarlas en Tik tok… o por primera vez atrevernos a pensar en sentido amplio: a planificar nuestras vidas, a desarrollar nuevas ideas. O por lo menos a leer y a darle a esa novela que tenemos a medias, a ver si al fin la terminamos.
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.