A principios del año pasado, la escasez de gasolina no sólo no golpeó la popularidad del mandatario; de hecho, la hizo crecer. ¿Podría ser que el Covid-19 también le favorezca?
Antes de decretarse las medidas para contener los contagios por coronavirus, los resultados de las agencias encuestadoras coincidían en que en un año la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador cayó cerca del 20%. Una de las principales razones de ese declive había sido su desatención hacia el movimiento feminista.
En este sexenio, las mujeres son lo más cercano a una oposición organizada (no asociada a ninguna facción partidista). La cúpula política, antes que atender las demandas feministas, las ha evadido. López Obrador culpó de los feminicidios al neoliberalismo y señaló intromisiones de “adversarios”. Su equipo en bloque salió a defenderlo, como si él fuera la verdadera víctima del movimiento. Lo hizo el senador Ricardo Monreal que en Twitter definió con torpeza las protestas como “el feminismo insurgente”. También la secretaria de gobernación Olga Sánchez Cordero, junto con otras mujeres del gabinete, argumentó que el presidente “es un hombre que entiende el feminismo y apoya a las mujeres”.
Pero eso fue antes de que la pandemia del coronavirus se apropiara de las conversaciones mediáticas y de redes sociales. Antes de que obligara al cierre de negocios y encerrara a la gente en sus casas. Primera victoria para el presidente: el virus y sus efectos desviaron la atención y opacaron “la insurgencia feminista”.
Coronavirus: un enemigo invisible y de élite
La cifra vergonzosa de los diez feminicidios que en promedio se cometen a diario en México —y la impunidad y desatención que son achacables a este gobierno— fue sustituida por un enemigo invisible y global. Peor aún, se trata de una pandemia cuyos primeros importadores al país eran personas acaudaladas, con capacidad de viajar. Es decir, individuos que, en la narrativa de López Obrador, se enriquecieron “a costa del pueblo”. Varios de los infectados provenían de Vail, en Colorado, Estados Unidos; o de París, Francia; o de alguna región de España o de Italia; todos ellos, destinos turísticos aspiracionales.
La no cancelación de eventos masivos como el Vive Latino o, más recientemente, la convención de cómics La Mole, obedecen a un cálculo estadístico y económico —hecho por los epidemiólogos del Estado— según el cual es aún tan baja la incidencia del virus en la población, que se juzgó como moderada la posibilidad de que en esos eventos se extendiera el contagio. La invitación del presidente hace dos días a que las familias salgan a comer a restaurantes sin temor al contagio se mueve también en ese terreno especulativo.
Lo cierto es que el mayor índice de contagio de la enfermedad que hoy está paralizando al mundo proviene de personas que presentan pocos síntomas o ninguno. Las pruebas para detectar a los portadores del virus son muy costosas, por lo que el gobierno las está limitando. Debido a ello, es imposible saber con exactitud el tamaño real de la población contagiada. Una columna publicada ayer en el Washington Post en español, calcula que por cada infectado registrado, hay otros diez no detectados.
Desde esa perspectiva, la actitud del mandatario se antoja irresponsable ante los ojos de la gente informada, con cierto privilegio socioeconómico y educativo (esos que él llama despectivamente “fifís”). En contraste, el público masivo de López Obrador le cree a él y lo defiende, diga lo que diga y haga lo que haga. Desde realizar giras multitudinarias en municipios pobres, hasta proponer en sus conferencias mañaneras cosas francamente esotéricas como amuletos y rezos para detener el virus, o sugerir que la cultura milenaria de México tiene poder contra la enfermedad.
Ese público suyo lo apoya no sólo porque recibe algunos apoyos en efectivo y en especie, sino sobre todo por la narrativa esperanzadora y redignificante que “su” presidente les receta. Los mandatarios anteriores también visitaban a las comunidades más vulnerables, pero no tenían la legitimidad que para esa audiencia tiene el actual presidente. Si AMLO se mantiene en su discurso mesiánico, invulnerable, socarrón, nacionalista y polarizante es porque es lo que su público quiere ver. A ese grupo no le importa el desastre en las cifras macroeconómicas, porque son abstractas y lejanas. Le importa, en cambio, ver el acento que el mandatario pone en su conocimiento de lo local (no por nada recorrió cada municipio del país), que conoce sus problemas ancestrales (aunque no los resuelva) y de su idiosincrasia.
Covid-19, culpable del desastre que se avecina
El fin de semana pasado el presidente admitió, por primera vez en todo su sexenio, la inminencia de una crisis económica. Es hasta ahora que lo hizo, arropado por una pandemia que ya paraliza la economía planetaria. Así, la explicación del fracaso de su modelo económico estaría asociado a un evento externo, providencial que, de paso, también ha puesto en sordina todos los demás reclamos que han hecho a su gestión.
La tragedia del virus hoy ya se manifestó en la caída continua de los mercados bursátiles en el mundo y en una devaluación de nuestra moneda que, al momento de escribir esta columna, ya supera los 25 pesos por dólar. (Para contrastar: hace pocas semanas costaba alrededor de 19 pesos.)
El gobierno actual prevé que apenas menos de once mil personas requerirán cuidados hospitalarios. Otros cálculos, hechos por expertos extranjeros, calculan que la cifra de personas que requerirán terapia intensiva en México sumará algunos millones.
En unos meses, las cifras del coronavirus eventualmente se traslaparán con las de otras pandemias que año con año matan a decenas de miles de mexicanos, y que por ahora no están recibiendo mayor atención mediática: el dengue, la influenza tipo A, incluso la violencia del crimen organizado y hasta el resurgimiento del sarampión. Pandemias que, por cierto, tienden a ensañarse justo con la población de más escasos recursos; la que por la asimetría del clasismo mexicano casi no figura en los medios o las redes, de modo que es posible que conforme la pandemia avance, nos enteremos ya muy poco, o de manera muy distante, de sus estragos poblacionales.
AMLO sabe que la agresividad de la epidemia puede poner en peligro su legitimidad. Mientras tanto, apuesta a que esta epidemia lo beneficie. Ya empezó a usarla como distractor, no sorprendería que la articule como la causante externa, impersonal, de las muchas desgracias que su mandato acumula.
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.