Si estás leyendo esto, es porque un robot facilitó que lo hicieras. Si no fuera por su algoritmo, ni te hubieras acercado. Pero que el internet trabaje de este modo, realmente va siendo un problema a nivel cultural.
A mí, que estoy escribiendo esto, me resulta decepcionante saber que, para que estas palabras lleguen a ti, este texto antes debió ser leído, medido, valorado, indexado y distribuido por robots. Si no cumple con sus parámetros maquinales, lo irán relegando hasta ser casi inaccesible. Si por el contrario, cumple con sus requisitos a la perfección, lo harán viral. Pero eso es muy improbable.
Más aún, este texto llega a ti gracias a que tengo un empleo que me remunera por lo que escribo. Ese dinero normalmente proviene de los ingresos publicitarios. En el modelo tradicional de los medios editoriales, hay un equipo de ventas que ofrece a los patrocinadores espacios publicitarios. Sin embargo, ese equipo de ventas ha sido sustituido mayormente por algún robot que coloca anuncios en automático en miles y miles de sitios en el mundo. El resultado financiero de esos robots (la bicoca que entrega a los medios a cambio) es, para los vendedores tradicionales, el desempleo; para los medios digitales, la ruina.
A nivel global, los ingresos derivados de la publicidad se están esfumando. ¿De dónde entonces vamos a vivir los creadores de contenido digital ahora que los robots nos han alcanzado?
Da la impresión de que el internet es un territorio que lo admite todo. Caben la palabra escrita, el registro sonoro, la fotografía, las artes gráficas, la visualización de datos, la interactividad, los memes, el video, el videojuego, las redes sociales, la intercomunicación, la inteligencia artificial, la realidad aumentada, la realidad virtual, lo legal, lo ilegal y lo que se invente. Pero de toda esa variedad, sólo los contenidos con cierto tipo de características son los más aptos para sobrevivir en ese ecosistema.
A sus casi 30 años, el internet sigue siendo un adolescente que se niega a madurar. Son tantas sus posibilidades técnicas y formales que sigue en permanente mutación. Cuando inició, los predicadores de las nuevas tecnologías lo anunciaban como “la autopista de la información”. Nunca fue una descripción precisa. Antes que un medio de transmisión de mensajes, el internet es un repositorio de la información humana en forma de bits. Para recorrerlo se usan mecanismos de navegación para acceder de manera eficiente a los datos que en él se encuentran. Y esos mecanismos no son perfectos.
Navegar (en internet) es preciso
Antes de las redes sociales, los usuarios “surfeábamos” en la red. Dábamos clic a alguno de los enlaces mostrados en la página que visitábamos, que nos llevaba a otra, y a otra, y a otra, y acabábamos quién sabe dónde (casi siempre un sitio porno, según me han contado). Ese “surfeo” fue automatizado, y así surgieron los actuales motores de búsqueda.
El más famoso es, desde luego, Google: esa ameba virtual que extiende sus pseudópodos binarios a través de las páginas y sus links y los indexa en automático. Una vez registrados, cualquier usuario puede ingresar las palabras que asocie con lo que está investigando y el motor mostrará los contenidos que más se aproximen a esa búsqueda. Su negocio consiste en subastar esas palabras al mejor postor, de modo que los ganadores de la puja aparezcan en los lugares destacados de la página de resultados.
Al robot de los buscadores además se suman los robots de las redes sociales: Facebook, YouTube, Twitter, Instagram, Whatsapp, Snapchat, Pinterest, TikTok, etcétera. En ellas, el algoritmo puede censurar en automático o privilegiar de la misma manera ciertos contenidos a partir de cómo detecta que los usuarios interactúan con él. El diseño de la red también impone su propia agenda, en sus términos y condiciones (que los usuarios aceptamos casi ciegamente).
Cuando los creadores de contenido saben explotar las características que los robots de los buscadores y las redes sociales favorecen, se eficienta la distribución de sus contenidos. Esto ha derivado a que ciertos formatos prevalezcan sobre otros. Entonces empiezan a crear contenidos tan esquemáticos que destaquen en las búsquedas por sí sólos y tan emocionales que triunfen en las redes sociales. En contraste, los contenidos argumentativos, narrativos, e investigativos son desdeñados. (Tampoco es que antes de internet los medios no estuvieran igualmente muy equivocados en sus criterios).
Esto podría ser inocuo excepto cuando esto se lleva no sólo a escala global, sino viral. El internet está dictando las reglas de transmisión no sólo del periodismo, sino de la literatura, la filosofía, la televisión, el cine, y estas reglas no escritas, en última instancia, están modificando nuestro pensamiento.
Glosarios, instructivos y fake news: ¿y el resto?
Los textos más exitosos del internet responden solamente a dos lógicas 1) el glosario y el instructivo para que Google pueda indexarlos más favorablemente y 2) la superioridad moral e irracional de las redes sociales para que éstas las viralicen cándidamente. La proliferación de fake news y teorías conspirativas obedece a esta indigestión de textos que apelan a lo irracional en los usuarios. Tampoco ayuda que el modelo de negocio de Facebook, por ejemplo, permita que los políticos publiquen lo que quieran, sin ningún tipo de filtro, siempre que paguen.
La preferencias de estos robots no impiden que no se publiquen otro tipo de textos. En el internet se publica todo: textos literarios, ensayos filosóficos, poesía vanguardista… pero debido a que esos escritos no responden a lo que los buscadores o las redes estimulan, casi no serán vistos, y lo que no es visto, realmente no existe.
No hay de momento solución a la vista ante la simplificación de los contenidos y la decadencia del modelo de negocio editorial. La condición se impone: si los medios y sus autores no diseñan sus contenidos bajo los criterios de indexación o de emoción primaria de las redes, no van a figurar en ese entorno… aunque paguen a Google o a Facebook.
Para los contenidos que sólo busquen el placer de la buena lectura, el diálogo a profundidad con el lector, la reflexión honda, los juegos del lenguaje —en otras palabras, la literatura y la filosofía en su sentido más clásico, la inteligencia humana en todas sus dimensiones—, su lugar seguirá siendo la librería o la biblioteca. Si acaso, el libro electrónico; pero no, hay cosas que se quedarán para siempre en el papel.
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.