el Contribuyente

Las apps de ligue y cómo los robots ya nos están discriminando por nuestra belleza

Nuestra relación con los algoritmos y las máquinas de inteligencia artificial ya están teniendo efecto en nuestra noción de la belleza. Lo dice un experto en apps de ligue.

Así como hace unos años las selfies se llenaron de la llamada duck-face (cara de pato) en donde se paraba la trompa en vez de sonreír a la cámara, ahora la moda es sacar a medias la lengua. Tanto la cara de pato como la expresión de sacar a medias la lengua hacen ver a la persona como subnormal, si bien con un toque sexy. La pregunta es: ¿por qué tantas personas la imitan?
La respuesta a esto tiene que ver con el comportamiento memético de la cultura. Tanto la duck face como la lengua son memes en el sentido de que son unidades de transmisión cultural tal como los definió el científico Richard Dawkins en su libro El gen egoísta, de 1976. Pero el punto ahora es que ese comportamiento humano está regulado por los robots. O más precisamente, por los algoritmos.
La semana pasada hablaba de cómo tales algoritmos, en específico los de las redes sociales y de los motores de búsqueda, estaban moldeando nuestros hábitos de lectura al favorecer los contenidos indexables o los que despertaban emociones simples y primarias. Este mecanismo sepultaba en el olvido a los textos analíticos, literarios o filosóficamente profundos —es decir, aquellos que realmente alimentan nuestra mente.
Pues algo parecido ocurre con nuestra personalidad. El mundo virtual lleva ya algunos años favoreciendo cierto tipo de seres humanos por encima de otros. Al parecer, no podemos evitarlo: seguimos haciendo célebres a personas sin mérito alguno. Peor aún: las llamamos influencers. Las causas de nuestra fascinación con esas figuras tienen que ver con cómo nos proyectamos en el resto de las personas. El influencer es una extensión de nuestra individualidad, tanto si sentimos que nos representa (sea por identificación, por admiración, por atracción sexual, o una mezcla de ellas) como si activamente expresamos que no nos representa.
Un influencer es, en realidad, una persona-meme, nuestro star system mental. Individualidades que podemos usar y tirar en la medida en que nos sirven para comunicar nuestra identidad con el entorno. El fenómeno desde luego es tan antiguo como la especie humana, sólo que nunca en la historia se había manifestado de manera tan estridente y tan omnipresente.

Los algoritmos están arruinando a las apps de ligue

Sumada a nuestra natural propensión a crear ídolos de barro, la construcción de esas personalidades también está —cómo no iba a estarlo— mediada por algoritmos. O al menos, mediada está nuestra capacidad de elegir a quiénes admirar, imitar, o detestar. En esa operación también nuestra persona se ve afectada: tomamos decisiones sobre nuestro aspecto, o nuestros gustos, y sobre todo nuestro consumo de todo tipo de productos y servicios, a partir de los parámetros que esos algoritmos nos muestran.
Pongamos, por ejemplo, las apps de ligue. Las propongo no sólo para salirnos de los tradicionales ejemplos de Facebook, Instagram o Twitter, sino porque sus algoritmos y su diseño provocan un alto contraste que, la mayoría de las veces, obra en contra de lo que la aplicación promete. Un estudio publicado este año en la revista Evolutionary Psychological Science básicamente concluye que el 80% de los usuarios de las aplicaciones de ligue, nunca consigue una sola cita. Es decir, los mismos algoritmos de las apps de ligue imposibilitan el ligue a la mayoría de sus usuarios.
Aquí veo necesario hacer una aclaración: he sido usuario intermitente de apps de citas desde mediados de esta década. Una segunda aclaración también es prudente: salvo excepciones, normalmente caigo en el 80% que no consigue nada. Las veces que he logrado algo las puedo achacar más a mi paciencia, mi insistencia, mi buen verbo, o a viles estratagemas para eficientar el uso de esas plataformas.
Las apps de ligue, con sus variantes, funcionan con un diseño muy simple: tú creas un perfil donde subes tus fotos. Puedes complementar con algunas líneas o datos que te describan, pero no es obligatorio. Introduces algunos parámetros como género que te interesa (mujer, hombre o ambos), rango de edades que buscas y kilómetros de distancia hasta donde te encuentras. Las personas que cumplen esos parámetros ven tu perfil y lo aprueban o lo rechazan de acuerdo a sus muy particulares gustos e intereses. Si apruebas el perfil de alguien que te aprobó, la app te indica que hubo coincidencia y, a partir de ahí, pueden ponerse en contacto por medio de una función de chat. Eso es todo.

Las 6 leyes de las apps de ligue contra las que poco puede hacerse

En los cinco años con sus interrupciones que llevo usando estas aplicaciones, he podido constatar algunas cosas:

1) Las plataformas operan como un mercado de subastas

La diferencia es que tú eres quien compra y al mismo tiempo el producto que se oferta. Tu capital de compra y tu cotización en el mercado dependen de tu aspecto y del estilo de vida que proyectas en las fotos que elegiste en tu perfil. 

2)  La edad, la raza y la clase obran en tu contra

Siendo plataformas que favorecen la imagen física por sobre cualquier otro criterio de selección, los años acumulados, y los criterios raciales y de clase social pueden obrar como un repelente.

3) Puedes medir tu atractivo

Este resulta del número de coincidencias (“matches”, le llaman), versus el número de perfiles que aprobaste. Una persona sumamente atractiva tendría un muy alto porcentaje de matches y alguien no atractivo un porcentaje cercano a cero.

4) El atractivo es exponencial

Las personas sumamente atractivas tienen un porcentaje de matches cercano al 100%. Pero las personas medianamente atractivas (digamos el atractivo correspondiente a la media poblacional), no tienen un porcentaje cercano al 50%, sino uno muy inferior al 5%: la razón es que elegimos invariablemente a las personas más atractivas y desdeñamos a las que, en comparación, no lo son tanto.

5) Los algoritmos miden tu atractivo

En automático llevan la cuenta de la cantidad de aprobación que tu perfil produce. Si es poco, te relegarán hacia el final de la lista. Si es mucho, te colocarán en los primeros lugares. Esto crea un círculo vicioso o virtuoso dependiendo de tu atractivo: si es poco, tendrás aún menos aprobación de la que deberías tener por estar al final de la lista. Si es mucho, tendrás aún más por estar al inicio de las opciones para los nuevos usuarios. 

6) Las estrategias de atracción entre las personas han evolucionado

Pero lo están haciendo hacia donde los algoritmos —y nuestra propensión a imitarnos los unos a los otros— las han favorecido. En otras palabras: nuestra idea sobre la belleza está siendo modificada por la lógica binaria de los algoritmos al favorecer los rasgos que de por sí son favorecidos por los usuarios. Unos y ceros: o todo o nada. Esto logra al final un efecto de alto contraste: se destacan aún más ciertos patrones de belleza física y de conducta deseable sobre otros.
 
No se trata de cerrar esas aplicaciones, ni de dejar de usar las interfaces. Tampoco es ignorar nuestros gustos y darle “like” a las personas que no nos atraen tanto. Nos corresponde entender. Estas aplicaciones, robots y algoritmos llegaron para quedarse y no nos queda sino asumir el nuevo orden, bueno, malo o discutible que están generando.
 
 
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.

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