Así como a los atletas después de cierta edad el cuerpo les impide realizar proezas, ¿es posible que la creatividad se agote de igual manera con el tiempo?
Todos admiramos la longevidad casi momificada de los Rolling Stones: a sus setenta y muchos años siguen rockeando con la misma contundencia con que lo hacían a sus veinte. O al menos dan esa impresión. Lo cierto es que han debido bajar a cero su ingesta de alcohol y de todo tipo de sustancias estupefacientes; han optado por una dieta híper sana y una rutina de ejercicios que podría mantenerlos activos por algunos años más. Sin embargo, pese a que ahí siguen dando conciertos, grabando discos, y posando en esa actitud que se ríe de los años que llevan encima, a nivel musical hace ya varias décadas que se volvieron superfluos. Tampoco son los únicos con esa suerte.
El triste caso de U2, y de otros viejos rockeros
Hace pocos años, a Apple se le ocurrió que sería buena idea ofrecer su servicio de música iTunes con un álbum de regalo de la banda irlandesa U2. Si hubieran hecho eso en 1990, cuando el grupo de Bono y compañía estaba en su apogeo, hubiera sido un acierto. Pero en 2014, ya casi nadie queríamos saber de ellos: eran irrelevantes. Los usuarios de Apple deploraron casi unánimemente tener que ocupar espacio de disco duro con un álbum tan insulso. Pero como al mismo tiempo 500 millones de personas adquirieron el iTunes, el Songs of Innocence de U2 se volvió en automático el disco con más descargas de la historia, e irónicamente es uno de los menos escuchados de esa banda.
Pensemos ahora en las últimas producciones de algunos compositores que en su momento, hace tres o cuatro décadas, fueron indispensables en la escena musical: Peter Gabriel, Billy Joel y Paul Simon. Llevan años lanzando puros discos de grandes éxitos, o de conciertos en vivo o de versiones con orquesta. De material nuevo, nada. Pareciera que, llegada cierta edad, los más potentes creadores o bien ya nomás hacen cualquier cosa, o bien dejan de crear.
Desde luego, no es una ley absoluta y hay honrosas salvedades en el mismo ámbito del rocanrol y sus derivados. La mala noticia es que 1) sólo me vienen a la mente dos excepciones, y 2) ambos músicos están muertos. De lo primero podemos culpar sin dudarlo a mi pésima memoria y a mi muy limitada cultura musical: seguramente hay más rockeros que a una edad muy avanzada siguen creando obras contundentes. De lo segundo, pues no hay remedio: todos moriremos. Los músicos son David Bowie y Leonard Cohen. Ambos crearon sendas obras maestras como su última aportación a la música, acogidas de inmediato como tales: relevantes, profundas, imaginativas. Dos creadores que alcanzaron la cúspide de su arte al tiempo que su vida se apagaba. ¿Pero en verdad ellos son la excepción y no la norma?
Por fortuna no toda la música es rock, y el catálogo de grandes maestros de otros géneros que a edad avanzada siguieron creando obras maestras es muy nutrido: desde Bach y Beethoven, en la música clásica; hasta Agustín Lara y Juan Gabriel en la música popular. Que no haya modo de comparar una fuga bachiana del Clave Bien Temperado con un tema romántico del divo de Juárez, no quita la proeza de mantenerse relevantes y creativos en la vejez.
¿Se adormece la creatividad con los años?
Pero esta columna es de negocios y de creatividad en lo general y no de música en lo particular; así que vamos al punto al que quiero llegar: ¿se adormece la creatividad con los años? Los ejemplos no sólo son musicales. Escritores, creativos publicitarios, directores de cine, políticos y empresarios: llega un punto en que pierden vigencia, si bien su poder e influencia —construida a lo largo de los años— pueden pensarse monumentales.
Si le preguntamos a un neurólogo dirá que sí, que en general toda la función cerebral en los seres humanos decae inexorablemente con la edad. Digamos que el punto culminante de eficiencia es alrededor de los 27 años, y de ahí en adelante todo va en declive. La creatividad incluida. Sin embargo, ese mismo neurólogo también admitirá que si bien las neuronas van perdiendo plasticidad (esa capacidad de las células cerebrales de modificar su forma para entrar en contacto con otras a medida que se aprenden cosas, o surgen nuevas ideas), también es cierto que las conexiones existentes se hacen más eficientes, de modo que la experiencia adquirida (expresada aquí a nivel de las sinapsis o conexiones) permite decidir de mejor manera y, por tanto, generar ideas más profundas de manera más fácil.
Es aquí que surgen dos grupos de mentes creativas que se catalogan según el momento de su mayor potencial creativo: los jóvenes prodigio y los que florecen tarde (más comúnmente llamados por la expresión equivalente en inglés: late bloomers). Desde luego es una simplificación grosera. Por ejemplo: Mozart ya componía sinfonías a los seis años mientras que Einstein a los cuatro años apenas y empezaba a hablar (sus padres lo creían subnormal); sin embargo el mismo Einstein antes de los 27 años, en 1905, ya había publicado los tres ensayos que cambiaron la física para siempre. Pues bien, ambos dos, con veinte años de diferencia en la edad de su florecimiento, caben dentro de la categoría jóvenes prodigio.
Los genios tardíos, y por qué pocos rockeros pueden serlo
Por el otro lado, están los tardíos. Si bien el cineasta español Luis Buñuel incursionó en el cine por vez primera con El perro andaluz, un cortometraje surrealista filmado con su amigo Salvador Dalí en 1929 —que a la fecha sigue dando de qué hablar— lo cierto es que la mayor parte de su genial filmografía la hizo después de que cumplió los 50, cuando llegó a México y le dieron todas las facilidades creativas. Algo parecido ocurrió con el premio Nobel José Saramago, que antes del medio siglo no había ni siquiera empezado a escribir sus grandes novelas. Por otra parte, los hay que no pararon nunca: Beethoven era el mejor talento musical de su generación desde que era un jovencito y no sólo lo siguió siendo toda su vida, sino que lo que compuso fue superándose año con año, hasta cimas que siguen inalcanzables.
Entre unos y otros, lo que es claro es que la juventud tiende a ser un mito. En otra columna anterior mencionaba un estudio que demostraba que la edad más adecuada para emprender con éxito era alrededor de los 45 años. Que las historias que se consideran modelo de Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Steve Jobs o Bill Gates, eran realmente muy improbables: son triunfos descomunales, sí, pero aislados entre millones de jóvenes fracasos. La norma, en realidad, apuesta más a la experiencia, la serenidad y a la red de contactos hechos a lo largo de una trayectoria profesional como garantías de que se emprenderá sobre mejores bases.
Pero si hay tantos late bloomers incluso en la música, ¿por qué la mayoría de los rockeros de trayectoria pierden relevancia cuando llegan a cierta edad, como lo mencioné al inicio? Quizá, aunque Miguel Ríos haya dicho que no, tal vez el rock sí tuvo la culpa en este caso. Me explico: durante el tiempo en que reinó el rock (porque tal parece que ya pasó su época), fue un género amarrado a la energía juvenil. La gente que crecimos con esas canciones hemos envejecido, y las nuevas generaciones han buscado otro tipo de ritmos, de propuestas. La era de las guitarras ya pasó. Los rockeros que a sus veinte o treinta años fueron relevantes y contestatarios, ahora ya son papás, o tíos, o abuelos, ya no buscan el desenfreno, se han vuelto cínicos y acomodaticios. Para regresar a la relevancia tendrían que tomar riesgos, profundizar en su arte, olvidarse de los discursos juveniles y asumir su edad, hablar de ella. Finalmente eso fue lo que hicieron Bowie y Coen en sus últimos álbumes, esos que publicaron pocos días antes de morir.
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.