Como editor he sido cómplice de la diseminación de esta narrativa nociva en contra de las mujeres. Con torpeza puedo decir que a veces no es fácil ver el elefante en la habitación. El hecho es que es mejor delinearlo aquí, en esta columna que habla de narrativas.
Hace algunos años, me pidieron que expusiera, desde mi óptica de editor, cómo abordar al mercado adolescente en México. La agencia que me contrató tenía un cliente que deseaba lanzar un nuevo yogurt enfocado en ese mercado y querían conocer todos los ángulos desde los cuales abordar a esa audiencia.
Lo que hice fue ir a una tienda de revistas y comprar todos los títulos que me parecía que estaban destinados a lectores entre 12 y 20 años. Junté un tambache de unas 25 revistas y pasé a la caja. El vendedor que me atendió hizo una mueca que podría interpretarse como: “prefiero no preguntar”.
Revisé cada publicación: qué secciones tenían, qué tipo de imágenes las caracterizaban, cómo bautizaban sus artículos, a qué audiencia específica iban dirigidos, etcétera. Al final, agrupé a las revistas según sus puntos de coincidencia.
Lo primero que saltaba a la vista es que al menos para el mercado editorial, la audiencia adolescente se divide básicamente en dos grandes grupos: hombres y mujeres. Aunque había unos pocos títulos mixtos que podrían caber en una u otra categoría, al final no era difícil determinar si se inclinaban más hacia ellos o más hacia ellas.
Los hombres serán hombres
Las revistas enfocadas a los hombres cubrían todo tipo de temas: había futbol, patinetas, videojuegos, música, cine, motos, moda, ejercicios, automóviles, bellas en lencería, humor, cómics, computadoras, descubrimientos científicos…
Esas publicaciones explicaban cuáles eran los equipos de la eurocopa y sus principales jugadores, vaticinaban los próximos lanzamientos del X-Box, señalaban a qué banda no había que perder de vista, con qué moto fantasear de aquí a que se juntara dinero para comprarla, cómo pimpear un auto deportivo de los años setenta, qué gadget había que comprar, qué sneakers había que tener y qué chica de formas generosas estaba dispuesta a todo.
Si pudiéramos resumir en un sólo concepto lo que, ejemplar tras ejemplar, se les dice a los muchachos en esas publicaciones, sería esto: el mundo es enorme y está lleno de objetos emocionantes que pueden ser tuyos. Te los presentamos para que tú elijas. Lo mejor: puedes elegir más de uno. El mundo es tuyo.
Las mujeres del siglo XIX
En cambio, las revistas enfocadas en las mujeres tenían sólo tres temáticas centrales: celebridades, moda y consejos de vida. Como temática secundaria, la ciencia sólo podía ser mencionada en cuestiones relativas a la salud y la belleza. La psicología estaba desprovista de fundamentos científicos y, en cambio, casi todas las publicaciones tenían secciones enteras dedicadas a las pseudociencias: astrología, cuarzos energéticos, flores de Bach, ángeles y tarot.
Las revistas femeninas mostraban a sus lectoras la vida virtuosa de sus ídolos (los escándalos aún no son del interés de este segmento de edad), qué atuendo deberían llevar en la próxima fiesta y, por último instructivos de mejores prácticas para la vida. En este último punto había de todo: desde cómo lograr el mejor rizado en las pestañas, hasta cómo hacerte la mejor amiga de la mamá de tu novio, pasando por cómo realzar el busto, cómo reconciliarte con una amiga si te peleaste con ella, cómo lidiar con los chismes y las envidias, cómo preparar una cena romántica, cómo decorar tu recámara según tu signo del zodiaco, cómo recuperarte de una ruptura amorosa, cómo alcanzar el orgasmo, cómo saber si es el novio indicado, cómo bajar de peso para poder usar traje de baño en vacaciones, incluso qué puedes hacer cuando tu novio quiere ver el futbol americano y no te hace caso.
Si pudiéramos resumir en un sólo concepto qué es lo que, ejemplar tras ejemplar, se les dice a las muchachas en esas publicaciones, sería esto: cómo ser perfectas.
No hay nada de malo en que las revistas den consejos de crecimiento personal. Pero el espacio destinado para los instructivos de vida en las revistas para hombres es extremadamente reducido, cuando lo hay. En contraste, es el principal tema en las revistas femeninas.
Esa disparidad en unas y otras publicaciones implica que mientras los hombres ya están bien como son (o porque no tienen remedio), pueden dedicarse a disfrutar de la vida. Mientras que, si eres mujer, sólo podrás disfrutar del mundo si sigues estos consejos y te vuelves perfecta. Si no, no.
En el público adulto, esas temáticas y enfoques no varían mucho. Como lectores damos por sobreentendido que si una publicación es femenina va a tratar de temas de superación, moda, salud, belleza y celebridades: facetas aspiracionales de la sumisión. Todos los demás tópicos adultos (negocios, política, deportes, tecnología, etc.) son del dominio de los hombres. Que también los puedan leer mujeres también queda como un gesto de inclusión, que en este contexto es casi una fea palabra. Un dato más: esas revistas para mujeres con esa ideología de sumisión, suelen ser editadas por mujeres.
La discusión moral de las redes
Hará ya unos siete años de que hice ese ejercicio. En ese tiempo, por la crisis de la industria editorial, muchos títulos impresos desaparecieron y no todos fueron sustituidos por contenidos multimedia en línea. En cambio, surgieron las redes sociales y han ocupado un sitio importante (aunque polarizado y maniqueo) en la educación moral de la sociedad. Pese a sus defectos y limitaciones, han servido para cuestionar la narrativa de lo que significa ser mujer, lo que significa ser hombre y todo lo que se resiste a ser definido con una u otra etiqueta.
Sin embargo, persiste el paradigma de dominio-sumisión. El mundo de los influencers no hace sino reiterar esa exigencia de ser perfectas y ser objetos a las mujeres, y a los hombres les sigue otorgando el sitio de privilegio. No hay muchos incentivos para que eso cambie: a las marcas les conviene esa compartimentación y esas aspiraciones porque así pueden simplificar a vastísimas audiencias. En ese mundo de cartón y roles básicos, a los hombres nos deben de gustar los deportes y las mujeres objeto. Las mujeres deben amar los productos de belleza. Mientras más simples y predecibles, mejor. Vean tan solo los videos de reggaetón: dos o tres sujetos con mala pinta de narco-juniors, balbucean frases de dominio sexual a ritmo de perreo a una veintena de chicas perfectas y jovencísimas que bailan alrededor de ellos, como si quisieran competir por sus favores.
Los hombres no debemos dominar, las mujeres no deben sumisión a nadie. Hombres y mujeres debemos de reescribir nuestra narrativa, pero en ese acto de reescritura, nos perdemos en pleitos interminables.
Para seguir discutiendo sobre cómo dejar de pelearnos, lee A propósito del juicio a Trump, ¿cómo hablar con los que aman a los déspotas?
Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.