Todos nos pusimos en contra o a favor de la piloto de Interjet que publicó una tontería genocida en sus redes sociales. ¿Pero esto qué tiene que ver con los negocios? Mucho.
AMLO te cae muy mal. No sólo deploras su manera de gobernar, sino que, con sus decisiones, te ha arruinado algunos sueños. Hasta hace poco te imaginabas aterrizando tu avión en las pistas despejadas del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Pero una de las primeras acciones del presidente de la República fue cancelarlo. ¿Por qué? Las razones no estuvieron claras para nadie. La que más resonó es que ese proyecto aeroportuario era “fifí”. Sea lo que sea que eso signifique. Como tú eres piloto, esa cancelación suya la tomaste personal.
No sólo te cae muy mal él, sino te pone mal que su índice de aprobación siga tan elevado pese a que es evidente que el país se desbarata: la violencia crece incesantemente y, ante un crecimiento económico estancado, las calificadoras y las instituciones financieras sólo atinan a reducir la valuación del país entero. Además, no estás sola: a tu alrededor, tus conocidos y compañeros de trabajo comparten tu misma frustración. Si tu círculo social fuera representativo del país, Andrés Manuel hubiera perdido estas elecciones estrepitosamente. Pero no fue así y sólo ves signos de retroceso: el cierre de ProMéxico que impulsaba los negocios de nuestro país en el extranjero, el cierre del Inadem que apoyaba a los emprendedores, la cancelación de la reforma educativa que buscaba elevar el nivel de los estudiantes mexicanos hacia estándares internacionales. Y luego lo del aeropuerto.
Cada vez que tú y tu tripulación desembarcan en el atestado, viejo y poco funcional aeropuerto capitalino, constatas de primera mano el error del mandatario. La promesa de construir un nuevo aeropuerto en la base militar de Santa Lucía tampoco hace sentido de ninguna manera. Cómo explicas eso a tus colegas de otras aerolíneas internacionales si no es con vergüenza por las decisiones de alguien por quien no votaste.
La bomba que te explotó en las manos
Por eso, cuando en tus redes sociales circuló la foto de un Zócalo atestado de personas que asistieron a la ceremonia del Grito de Independencia, reviviste la frustración de todos estos meses. Si tan solo eso no fuera cierto. Si hubiera una manera de acabar con todo eso de golpe. Un bombazo en la plaza y el país recuperaría la cordura. Lo pensaste y lo escribiste. Fue una catársis. Obviamente jamás lo harías ni aunque pilotearas un bombardero, pero para eso está la palabra escrita: para imaginar sin causar ningún daño real. Los escritores lo han hecho siempre: nos meten en la mente de los asesinos, pero no se muere nadie. Además, es tu cuenta de Facebook y puedes publicar lo que quieras, y la mayoría de tus amigos y seguidores estarían de acuerdo contigo en que esa sería una solución… aunque nadie jamás la llevaría a cabo. Son inconformes, no genocidas. De hecho, una de tus amigas y colegas escribe un comentario de apoyo. ¡Pues obvio!
Pero alguien tomó una captura de pantalla y empezó a compartir la imagen en otras redes sociales ante personas para quienes no habría nada de catártico en pensar que un bombazo pudiera matar a decenas de miles de personas inocentes, que habían ido a festejar con la familia, con los hijos, la fiesta de la Independencia.
Sobre todo porque aún no cicatrizan los recuerdos de otro bombazo en una ceremonia del Grito de Independencia: Morelia, Michoacán, en 2008. Desde la muchedumbre, esbirros del cártel de La familia Michoacana lanzaron cobardemente una granada. Al menos ocho personas perdieron la vida.
Los usuarios de redes sociales a quienes no les pareció nada gracioso que alguien se riera con la sola idea de su muerte en masa, empezaron a responder a la imagen capturada con indignación y con rabia. Al principio a ti te dio risa. No ibas a retractarte de lo que dijiste, ¿que ya nadie tiene sentido del humor? A las pocas horas, sin embargo, comenzaste a recibir amenazas directamente, tuits de odio por lo que publicaste.
Pero por qué, si fue una broma
¿Que en este país no existe la libertad de expresión? Por qué si esas mismas personas que hoy se quejaban y te señalaban apenas un año antes también habían festejado con la posibilidad de acabar de un bombazo molotov con el entonces presidente Enrique Peña Nieto y con su familia. Doble moral. Por qué, si obviamente no vas a lanzar nunca una bomba desde tu avión, ¡como si eso fuera posible! Y aunque se pudiera, no lo harías, no eres asesina.
Pensamientos asesinos todos hemos tenido. O que aviente la primera piedra quien jamás ha pensado en matar a alguien que estorba: el profesor de física que nos iba a reprobar, el vecino que pone su música a todo volumen en la madrugada, el que no te deja avanzar en el tráfico, el que roba, el que viola, el que abusa, el que frustra. Algunos de los mensajes que recibiste, por cierto, amenazaban en horrible lenguaje con asesinarte, ¿entonces quién mata a quién?
Lo más preocupante es que identificaron la aerolínea donde trabajas y empezaron a etiquetarla para llamar su atención con un argumento sin duda exagerado: una de sus pilotos era una genocida en potencia. No lo eres. Para ser piloto hacen exámenes psicológicos, ese tipo de rasgos saldrían a la primera y nunca hubieras tenido el trabajo. Aún así, hay casos aislados de pilotos que pierden el piso de la cordura. Está el trágico caso del copiloto de Lufthansa que por culpa de su depresión estrelló su avión contra la ladera de los Alpes en 2015, matando con él a 144 personas. Pero no es tu caso ni de lejos. Que te frustre el gobierno es una cosa, pero depresión clínica o enfermedades mentales definitivamente no tienes. Tuviste un mal uso de algo tan en apariencia inocuo como tu cuenta de redes sociales (y nuevamente, ¡todos posteamos estupideces ahí!). Pero ahora debías salvar el puesto, te lo ha aconsejado todo el mundo. Pide disculpas. Explica el malentendido. Da la cara. Sé empática. Eso hiciste. Te sentaste frente a un teléfono celular y grabaste tu mensaje visiblemente arrepentida.
Sin embargo, la aerolínea prefirió resolver el problema de reputación eliminando al eslabón más débil de la cadena: te despidieron a ti y a tu amiga, la que comentó favorablemente tu post. Las corrieron a pesar de que en redes sociales un nutrido grupo de personas se solidarizó con ustedes. A pesar de que la mayoría de quienes pidieron sus cabezas son pasajeros poco frecuentes. A pesar de que reconociste tu error.
El límite de la libertad de expresión
Lo cierto es que la libertad de expresión termina en el discurso de odio. Lo dice el punto 5 del capítulo 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos: «Estará prohibida por la ley toda propaganda en favor de la guerra y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color, religión, idioma u origen nacional.»
Por más que haya sido un chiste, algo irrealizable, tu post sobre tu deseo de terminar la vida de decenas de miles de personas porque no piensan como tú, cabe en el discurso de odio. Lo expresaste públicamente. Las redes sociales, incluso las que tienen “candado”, dejan constancia de expresiones que pueden filtrarse y volverse públicas.
Desde luego que el presidente, todos los días, desde su conferencia mañanera, expresa un no tan velado discurso en contra de las personas que él llama “fifís”, al mismo tiempo que intenta suavizarlo con expresiones ambiguas de “perdón”, “amnistía”, “abrazos, no balazos”. Pero él es el presidente y no es tan fácil correrlo de su puesto.
Si la aerolínea intentaba disculparte a ti y a tu colega, no sólo hubiera respaldado un discurso de odio, también habría exacerbado los ánimos de la gente y, sobre todo, habría contaminado posbilidades de negociación con el gobierno sobre temas mucho más costosos que tu derecho a la expresión equivocada.
Aunque sean sarcasmo o ironía; aunque sean un error, en redes sociales nuestras palabras son inmediatamente públicas y queda registro de ellas. Un clima social donde repudiar, condenar y pedir la cabeza de los impuros es signo de superioridad moral, tiende a viralizar este tipo de expresiones para linchamientos virtuales.
Por último, la práctica cada vez más frecuente entre los reclutadores de revisar las redes sociales de los candidatos a un empleo, puede ser una forma de control de daños a priori, antes de que alguien tome captura de pantalla y viralice eso que pusiste, y cause problemas de reputación a quien te contrate.
Para seguir reflexionando sobre lo viral y la responsabilidad de las empresas, sigue leyendo La historia viral de la mantequilla Gloria y lo que nos dice sobre las empresas responsables.
Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.