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¿Piensas: si no está descompuesto no lo rompas? No te extrañe que no haya innovación

Con más frecuencia de la que quisiéramos admitir actuamos (o más bien dejamos de actuar) movidos por ese principio que desecha a priori todo proceso creativo.



5 agosto, 2019


No hace falta mucho análisis para darse cuenta de que el tabú que dice “Si no está descompuesto no lo rompas” es una estupidez. A simple vista no romper las cosas que funcionan bien, suena hasta sensato. Da un cierto sentido del orden, de continuidad y de seguridad. También, sobre todo, asegura que ciertos gerentes y directivos permanezcan fosilizados en sus puestos en organizaciones donde las cosas se hacen como siempre se han hecho y nadie debe ponerlo en duda. Lo cierto es que si el ser humano hubiera aplicado esa prohibición sin discutirla, aún viviríamos en las cavernas.
Desde que de niño conocí la historia de Galileo Galilei me sorprendía e indignaba la postura de la Iglesia de su época ante los descubrimientos del sabio. Tras someterlo al juicio de la Santa Inquisición, lo obligaron incluso a retractarse de haber osado decir que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés. La fábula popular suele hacer hincapié en que, luego de salir del tribunal, dijo su frase célebre: “Eppur si muove” (y sin embargo, se mueve). Al parecer no dijo tal cosa, pero qué más da, la Tierra gira alrededor del Sol sin pedir la opinión de nadie. Pensar que es al revés porque así lo dijeron los teólogos, las Escrituras, Aristóteles y Ptolomeo, es equivalente a no cuestionar las cosas en una organización porque así lo señalan las políticas de la empresa. O peor: porque ya lo aprobó así el Cliente (o más patético aún: “así es como le gusta al Licenciado”).
Es hasta cierto punto comprensible esa tendencia inercial. Las organizaciones, como su nombre lo indica, son eso: “organizadas”. Están fundamentadas en una serie de estatutos y jerarquías que les permiten operar de modo más o menos eficiente. Cuando viene cualquier consultor hijo de vecino, nuevo líder recién llegado, o creativo chairo, a tratar de replantearlo todo, es natural que haya resistencias. En especial si los obligados a cambiar detectan que el agente de cambio carece de las “credenciales”, los conocimientos técnicos o la experiencia que, ante ojos obtusos,  dan “validez” y “autoridad” a nuevas ideas que chocan con las que se han manejado desde hace tiempo y que han funcionado bien porque, entre otras cosas, “no están descompuestas”.
Sobran las historias de grandes empresas que desestimaron las innovaciones que en su momento tuvieron oportunidad de implementar. Desde Kodak cuando prefirió quedarse con la fotografía en papel, a Blockbuster cuando rechazó la idea de Netflix. No importa qué tan catastróficas sean esas fábulas, el hecho es que la ceguera hacia lo “no descompuesto” hará que esas historias se repitan interminablemente.

Mi historia de fracasos con cosas no descompuestas

Yo mismo he obrado bajo el principio de lo no-descompuesto incontables veces. Si algo tienen en común todas esas ocasiones es que, al final quedó muy evidente que yo estaba equivocado. Si lo vemos bien, la frase misma “si no está descompuesto no lo rompas” es problemática. Detener el desarrollo de algo en el mediocre escalón del “no está descompuesto” es admitir tácitamente que eso en realidad sí podría funcionar mucho mejor, que podría replantearse desde sus fundamentos, pero que nada de eso se hará porque 1) mal que bien, “camina” y 2) cambiarlo implica un montón de esfuerzo, de experimentaciones, de confrontaciones, de cuestionamientos y, peor, ¡de dinero!
No importa que lo no descompuesto, al mejorar, tenga un mayor retorno de inversión. Si eso no resulta evidente, nadie querrá tirar “dinero bueno al malo” (otra frase súper nociva para la innovación). Además, no hay manera clara de saber si la nueva solución, que está en pañales, puede ser mejor que la manera de proceder “no descompuesta” que tantas alegrías nos ha dado. Pretextos, pretextos, pretextos.

Si algo es irrompible no podrás romperlo

En realidad, el único argumento de defensa debería de ser: “si algo ya es irrompible, no vas a poder romperlo.“ A simple vista, en su obviedad, se antoja una estupidez mayor a la frase que aquí discuto, pero encierra más sabiduría. Para que algo sea irrompible es que alcanzó el punto óptimo de desarrollo. La idea de que la Tierra es una esfera ligeramente achatada en sus polos es, hasta el momento, imbatible. Pueden venir todos los terraplanistas con sus argumentos medievales a combatir esa certeza, pero se van a dar de narices. ¿Qué se hace con una idea irrompible? Perfeccionarla, profundizarla, extrapolarla, explicarla, matizarla, estudiarla. Y sí: de vez en cuando confrontarla con una idea mejor si es que surge.
Mientras tanto, si algo “no está descompuesto”, será obligatorio romperlo, tirarlo a la basura si es preciso. Reinventarlo desde sus cimientos las veces que sea necesario, hasta que sea algo tan monolítico, tan evidente, tan finalizado, que no sólo no esté descompuesto, sino que es, a su manera, perfecto. Pero llegar a ese punto es casi imposible.
Por ejemplo, el diseño básico de la rueda es, ciertamente, perfecto en su redonda simpleza desde hace unos ocho mil años. Pero ni siquiera los fabricantes de neumáticos admitirían que existe el diseño final, absoluto, de la rueda. Esta ha sido reinventada, extrapolada, matizada, estudiada, profundizada miles de veces y nada indica que se llegará jamás a la rueda perfecta.
Para redondear esta idea, sigue leyendo Cómo es que la productividad no siempre fue el objetivo de las empresas


Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.





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