el Contribuyente

Cómo preparar a tu organización para el apocalipsis de la inteligencia artificial

Menos políticas y más creatividad es la fórmula para salvar a la humanidad —o por lo menos a tu organización—. Aquí te explicamos el por qué.

En un viejo cuento chino, el maestro pregunta al discípulo “¿Quién eres?” Este le responde: “Soy tu discípulo.” El maestro lo corrige: “No te pregunté qué eres para mí, te pregunté quién eres.” El alumno le contesta: “Soy un campesino de Sechuán”. El maestro revira: “No te pregunté tus orígenes ni tu oficio, pregunté quién eres.” El diálogo sigue así un rato, hasta que el discípulo se queda sin respuestas. “Entonces no sé quién soy”, dice derrotado. No recuerdo qué profunda enseñanza oriental le da el maestro, pero podemos quedarnos con esa frase: si perdemos todos los referentes que nos dan contexto, no somos más que animales pensantes pasando el rato.

La pregunta del maestro chino viene a cuento porque pronto la humanidad tendrá que enfrentarse a esa duda abismal cuando las máquinas sustituyan de forma masiva nuestros puestos de trabajo. Entonces, poblaciones enteras perderán el rol social que les dio sentido como engranes de la enorme maquinaria global.

Como decía Pink Floyd: “Bienvenido a la máquina”

Hasta ahora, el sistema ha funcionado casi impecablemente y a escala planetaria. Mineros y campesinos producen las materias primas. Los obreros las transforman. Los comerciantes las venden. Los transportistas llevan todo eso de un lado a otro. El resto de los oficios facilita ese movimiento del capital: los médicos dan mantenimiento a las personas-engrane; los legisladores y los políticos diseñan y administran el sistema; los militares y policías garantizan la seguridad de todo el aparato; las cárceles y las instituciones de salud mental apartan a las piezas disfuncionales; las instituciones religiosas y periodísticas existen para dar la apariencia de que todo obedece a un plan superior y, finalmente, se fomentan el arte, el deporte y la prostitución para dar solaz y esparcimiento a las clases superiores.

Para que el mecanismo funcione hay que tener hijos e insertarlos en su respectivo puesto. Para lograr esa eficiencia se busca que cada individuo en edad productiva cumpla la función específica que la maquinaria reclama. Desde los primeros años de la educación, se establecen las expectativas para cada persona: obediencia a las leyes, a las jerarquías, y tolerancia a las rutinas; el crecimiento personal sigue una ruta institucional conforme a las aptitudes y talentos. Es la limitación y al mismo tiempo la sobreexplotación de las posibilidades humanas para maximizar la inversión.

Sin embargo, estamos a punto de que ese sistema que ha funcionado desde el inicio de la revolución industrial sustituya a la mayor parte de las personas por máquinas con algún grado de inteligencia artificial. No es novedad. Ya sucede desde hace décadas. La automatización en las líneas de producción apareció desde los años setenta, cuando los primeros robots sustituyeron a plantillas enteras de obreros. Poco después, con el internet, vino la paulatina marginalización de oficios que en su momento fueron indispensables, como los carteros, los elevadoristas o los operadores telefónicos. Eran oficios muy específicos y fue solo el comienzo.

En las próximas décadas, según cifras de la consultora MacKinsey, serán sustituibles el 45% de los oficios actuales sólo en los próximos pocos años. Después, ya no se sabe. A finales de abril pasado, Nick Bostrom, profesor de Oxford y consejero de Bill Gates, vaticinó que la inteligencia artificial representa una amenaza más grande que el cambio climático. Tal vez exagera o habla desde su paranoia de futurólogo. Lo cierto es que ambas amenazas alcanzarán su momento crítico más o menos al mismo tiempo, y eso no suena nada bien… y tampoco falta mucho.

Cómo evitar la catástrofe en el futuro

No hay modo fácil de evadir ambos destinos. Ni siquiera parece posible ni conveniente hacerlo. Contra el cambio climático, a nivel individual podemos reducir nuestra “huella de carbono” y no consumir plásticos, pero los reto a que realmente lo hagan. Y contra la inteligencia artificial no hay más que observar con terror y fascinación cómo evolucionan las máquinas.

Como sociedad organizada, sin embargo, tal vez se pueda hacer algo con respecto al avance de los robots. No tiene nada que ver con la prohibición o la sobrerregulación hacia los avances tecnológicos. Más bien los gobiernos y las organizaciones deben buscar cómo transitar por esos procesos a través de los escenarios menos escabrosos.

Y aquí es donde está la oportunidad de finalmente revertir esa narrativa del ser humano que lo reduce a su funcionalidad o sus roles sociales. Si algo será omnipresente y al mismo tiempo hiperespecífico e hiperfuncional, serán los robots. A ellos hay que legarles las tareas para las que fuimos entrenados en los últimos siglos. Los robots serán los campesinos, los mineros, los transportistas, los médicos, los soldados, los legisladores y, con suerte, hasta los políticos y los cuerpos (de vinilo) para la prostitución.

Lo difícil será ahora entender para qué demonios estamos acá y, sobre todo, qué hace un humano cuando ya no está obligado a ser parte del engranaje. Los niños y las personas que nunca han tenido necesidad de trabajar tienen adelantada parte de esa respuesta. Como el cambio será gradual, los adultos trabajadores tendremos tiempo para averiguarlo. Para ello, las organizaciones harían bien en desorganizarse un poco y las personas haríamos bien en permitirnos ser impredecibles.

Si las empresas solamente están esperando el momento feliz de reducir sus nóminas al mínimo para sustituirlas por máquinas hipereficientes, verán las ganancias de esa decisión sólo en el corto plazo. Bajo ese esquema no pasará mucho tiempo antes de la bancarrota debido al desplome de los mercados por el desempleo rampante, la violencia y la anarquía. Como dije antes, se trata de ir por los escenarios menos escabrosos de ese proceso.

¿Cuál es la finalidad real de tu organización?

Las organizaciones no tienen por qué ser entidades inhumanas o deshumanizadas. Eso dejémoslo para los robots. Las organizaciones, perdón por la obviedad, son grupos de personas organizadas con una finalidad. Hasta ahí. Que la finalidad normalmente sea inhumana y solo responda a la lógica del mercado y del sistema es porque esa fue la exigencia durante siglos. Tampoco es extraño que las culturas resultantes al interior de ese tipo de empresas tiendan a reflejar esa vocación inhumana, funcionalista y de engranaje. Lo interesante —y en unos años casi la única opción— sería replantear la finalidad de las organizaciones y enfocarlas (¡oh, la utopía!) en beneficiar a todas las personas que la conforman, y a la regeneración de su entorno. Bajo ese nuevo diseño, los clientes, el producto y el mercado, serían acaso solo los medios para lograrlo, nunca esa finalidad, como es ahora.

Esto implica desmontar el diseño de los incentivos y jerarquías que han funcionado tan bien hasta el día de hoy. Si asumimos que los seres humanos no somos lo que aprendimos a ser, ni lo que nos dijeron que debíamos ser, se puede partir de eso para aventurar otras formas de organizarnos, de existir y tal vez de responder a la pregunta del viejo maestro chino: ¿Quién eres?


Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.

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