¿Cómo pasar del blablablá del qué somos y qué hacemos en tu empresa, a ser y hacer las cosas como una comunidad comprometida?
En la columna de la semana pasada vimos que la misión, visión y valores (MVV) de una empresa muchas veces lleva a situaciones absurdas. Esos manifiestos de la razón de ser de las organizaciones muchas veces son palabras vacías: lo que promete no se cumple. En ocasiones, pueden ser demasiado abstractas: no decir nada, realmente. También pueden ser muy genéricas: todas las organizaciones dicen lo mismo, de modo que no hay diferenciación. Cuando la MVV cae en una o más de esas posibilidades, es como si no existiera.
En aquella ocasión adelantamos que un buen liderazgo puede llevar adelante sin problema a una organización que tenga mal aterrizados esos parámetros, o que no se ha tomado siquiera la molestia de definirlos. Del mismo modo, un mal líder puede llevar al desastre a una organización con magníficos párrafos de MVV, pero que no los lleva a la práctica.
En un análisis más detallado, quedaría patente que los ejes de esas acciones, las decisiones y la inspiración de un buen líder nato bien podrían redactarse. Lo que resultaría serían párrafos con información equivalente a la misión (lo que dirige las acciones), la visión (lo que inspira sus actos) y los valores (lo que gobierna las decisiones).
A pesar de que el líder no tenga esos parámetros por escrito, los vive y los expresa de forma intuitiva, interiorizada. Mejor aún, siendo un dirigente carismático comunica todo eso a sus audiencias. Al no haber redacción previa, no cae en la tentación de repetir como perico la redacción casi siempre acartonada de la MVV. La ausencia de párrafos establecidos lo obliga a expresar eso mismo incluso de mejor manera. Y, al final, de eso se trata.
¿Cómo sustituir la misión, la visión y los valores de una organización?
El esquema de la MVV es de la segunda mitad del siglo XX. Una suerte de meme corporativo que se fue extendiendo y formateando la manera como se definían a sí mismas las corporaciones. Es decir, es algo bastante más reciente. Antes de eso existiera, ¿cómo era todo?
Las religiones establecidas, por ejemplo, son corporaciones con vida bastante más larga que las empresas y difícilmente veremos un sólo párrafo de MVV de la Iglesia Católica, del Luteranismo o del judaísmo. Sin embargo, los feligreses y ministros pareciera que se adhieren a una serie de preceptos comunes con los que intentan vivir. Que eventos realmente lamentables de los años recientes como las acusaciones de pederastia de los sacerdotes católicos, o de los fraudes financieros en el Vaticano vayan en contra de todo principio moral no cancela el hecho de que exista un ideal religioso que es el que sigue siendo el motivo de existencia de ese culto.
Lo importante aquí es, justamente, es cómo se ha transmitido ese ideal. No es, como podría pensarse, con la lectura de las escrituras sagradas, llámense la Biblia, el Corán o los Vedas. La mayor parte de la historia de esas religiones, los feligreses eran analfabetos, y no solo eso: la interpretación de esos textos es tediosa y cae en múltiples contradicciones y anacronismos. Por ello la necesidad en cada uno de esos cultos de personas dedicadas a la interpretación y ordenamiento de esos textos para llegar a algo más o menos coherente.
El hecho paradójico es que nunca han logrado llegar a esa coherencia. El término “discusión bizantina” que refiere a una polémica sin pies ni cabeza sobre temas abstrusos que no tiene fin proviene de esos esfuerzos. En la vieja ciudad de Bizancio, hoy Estambul, teólogos de uno y otro bando argumentaron durante siglos para tratar de dotar de orden y sentido a libros muchas veces escritos con diferencia de siglos, por distintos autores, pero que fueron compilados en un solo corpus por decreto. Los acuerdos a los que llegaron fueron, inevitablemente, tan retóricos como innecesarios.
A pesar de ese caos inherente, la transmisión de las ideas básicas de las religiones en su forma más general es sumamente eficiente. La forma como se hacía —y se hace— es por medio de dos vías: la narrativa y los elementos de vinculación. De estos últimos: símbolos, rituales y tradiciones. De la primera: mitos, fábulas, evangelios, parábolas, cuentos.
Los símbolos y narrativas son la base, la MVV qué
Desde antiguo, una comunidad se identifica y actúa a partir de los símbolos compartidos, las costumbres, los actos repetidos que simbolizan actos del pasado. Al mismo tiempo, la moral de un pueblo se transmite de generación en generación por medio de historias que muestran a personajes que representan lo que se espera de las personas. En otras palabras, estamos hablando de la conformación de una cultura.
En realidad, la MVV no debería ser otra cosa que la cultura organizacional esquematizada en fundamentos básicos. En realidad no habría necesidad ni de consultarlos a menos que la comunidad entera esté perdiendo la brújula moral en sus decisiones, la inspiración del por qué hace lo que hace y, esté dejando de hacer lo que se supone tendría que estar haciendo. Más que redactar los tres manifiestos de la MVV, mejor sería enfatizar los elementos que sí crean significados positivos en la mente de las personas. Esto es, ir más allá de la retórica vacía. El liderazgo de una organización debe saber transmitir “el modo especial de hacer las cosas”. Y esto no va a lograrlo con discursos o manifiestos, sino con las acciones.
A final de cuentas, las únicas organizaciones que sólo existen en el papel son las empresas fantasma, el resto son comunidades vivas. Tratar de reducir esa complejidad en la MVV siempre resultará insuficiente.
Y ya que estás leyendo esto, hazte esta pregunta: ¿Todavía deberíamos de durar muchos años en las empresas?
Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.