La manera como relates tus orígenes puede modificar tu visión del presente y del futuro. El problema es que casi es seguro que no los estás contando bien.
1. El cuento del niño que ya era adulto
Cuando un biógrafo quiere hacer el relato de cómo cierta persona llegó a ser lo que es ahora, suele utilizar frases como “desde su niñez ya mostraba inclinaciones para…”. Es comprensible que el entusiasmo lleve a considerar el más banal indicio como evidencia de que la persona que ahora ha logrado tantas cosas ya exhibía los signos inequívocos de la grandeza desde el jardín de infantes. ¿Pero fue realmente así? Casi nunca.
La realidad es que de niños mostramos inclinación para las cosas más disímbolas: para ser astronautas, futbolistas, biólogos, jefes de familia y también para hacer berrinche. De todas esas posibilidades, la vida elimina a casi todas. Si bien nos va, al final podremos dedicarnos a una o dos cosas profesionalmente, y a tener uno o dos pasatiempos, a lo mucho. Puede que alguien logre mantenerse activo en todavía más cosas, pero mientras más se abarca, el perfeccionamiento se entorpece y se cae en lo amateur. El espíritu renacentista de una Juana de Asbaje o un Leonardo Da Vinci, que eran seres capaces de dominar las ciencias y las artes de modo genial en cada caso, parece ser que se perdió hace ya varios siglos.
Si hubiera nacido ahora, Leonardo da Vinci sería tal vez un hombre prominente, pongamos que una especie de Steve Jobs. Pero si bien el señor Jobs fue un clarividente para los negocios y ayudó a construir la primera computadora de escritorio en el garage de su casa en los años 70, la complejidad de la tarea lo obligó a dedicarse a sacar adelante a su empresa Apple, y ya no pintó a la Monalisa. Sentó las bases del UNIX, ideó las iMac, los iPods, los iPhone y las iPads, pero ya no se metió al detalle en cada uno de esos desarrollos: tenía miles de ingenieros, diseñadores y fabricantes dedicados a hacer realidad sus conceptos.
La vida es infinitamente más compleja ahora que en el Renacimiento; y también lo es más en la adultez que siendo niños. Una vez que te empezaste a dedicar a algo, lo más probable es que no quede más remedio que seguir profundizando en ello, tercamente; mientras una voz interior te atormenta con la cantaleta: “Te equivocaste de carrera. Hubieras estudiado mejor otra cosa.”
Esa aura grandiosa de las personas que admiramos pareciera estar reservada sólo unos pocos. Lo cierto es que: pueden haber acumulado grandes logros, pero lo del aura grandiosa es una ilusión de óptica. Son humanos, tan primates como el que más. Que tú los veas con la boca abierta es cosa tuya.
Una historia correcta de su grandeza hablaría de los titubeos, de los errores, aprendizajes y las limitaciones humanas de quien ahora es admirable. Eliminar ese trayecto para mostrar una imagen de éxito impecable es convertir a la persona en una figura de cartón, y eso es anti-humano.
Peor aún, pretender que “el éxito” es un estado al que se debe de llegar, y desde ahí dedicarse a saborear sus mieles es hasta peligroso. Cada tanto sabemos de historias de personas que, en la cúspide de su “éxito”, deciden terminar con su vida. Desde luego los trastornos mentales juegan ahí un papel importante, pero también es verdad que dejar de luchar porque al fin cumpliste todos tus sueños es el primer paso para el vacío existencial.
Así que sí: tal vez equivocaste tu carrera, y qué bueno, porque es la tercera llamada para el inicio del segundo acto de tu vida.
2. El mito de la empresa que nació exitosa
Cuando un periodista quiere contar la historia de cómo empezó un negocio innovador, normalmente arma su relato de éxito con esta fórmula: “Empezaron como amigos y ahora son socios. Un día se dieron cuenta de que este sector del mercado estaba desatendido y entonces decidieron emprender su negocio.” Si así fuera con todas las ideas millonarias que se nos ocurren mientras nos duchamos, ya hace tiempo que estaríamos viviendo en nuestra isla privada. Uno se da cuenta a cada rato de un montón de cosas. Pero de ahí a decidir emprender un negocio, es un cuento de hadas.
El problema de esas narrativas es que pintan el trabajo de emprender como si fuera arte de magia, cuando en realidad es una epopeya. Cuando las redacciones periodísticas exigen cantidad en detrimento de la calidad, los periodistas se ahorran los problemas de investigar y establecer una narrativa interesante, y hacen esos relatos así: simplificados, aburridos incluso.
La historia bien contada debería de ser el relato de los trabajos y desventuras que pasaron los socios para poner en marcha su negocio. ¿Desventuras? Sí, y fracasos también. Hacer énfasis en las cosas que salieron mal, pero se supieron corregir para salir adelante es el mejor elemento de una narrativa sólida. Eso no sólo es una narrativa emocionante, sino aleccionadora: emprender no es sencillo, y se necesita sortear muchos obstáculos para consolidarse.
Por el contrario, los relatos de éxito fácil, casi milagroso, no le sirven ni a la propia empresa. Lo que fácil llega, dice el refrán, fácil se va. Esos choros infumables de “somos la empresa líder en”, lo único que hacen es aplanar a la corporación, restarle personalidad, esconder la diferencia que la hace única. Todas son empresas líderes, y las que no lo son, están “en desarrollo”. Los seres humanos nos relacionamos con las personas, y las ideas con las que nos podemos sentir vinculados. ¿Qué hace única a tu empresa? ¿Con qué se puede vincular la gente? Un tip: la narrativa a construir es, justo, cómo llegó a ser tan singular.
Una historia que empieza bien, promete mucho. Diseñar la narrativa adecuada permite enfocar no sólo las expectativas de las audiencias, sino visualizar el camino a seguir, la finalidad de todos esos esfuerzos, de todos estos titubeos. Pero también evita poner un final adelantado a la historia: lograr el éxito no debe verse como la culminación, sino como un segundo inicio.
Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.