el Contribuyente

¿Por qué la popularidad de AMLO creció en plena escasez de gasolina?

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Foto: Shutterstock

¿Cómo es posible que una medida que ha resultado tan caótica, tan disruptiva de la tranquilidad, esté generando ese nivel de simpatía? Pista: no estás pensando correctamente.


Luego de una semana de desabasto de gasolina en 11 estados del país, el día de hoy amanecimos con encuestas publicadas en distintos medios informativos, que sorprendieron a más de uno: lejos de afectar la popularidad de López Obrador, todo el incidente de la escasez incrementó su índice de aprobación.

La encuesta más conservadora, realizada por De las Heras Demotecnia arroja que 72 por ciento de los encuestados cree al presidente que el cierre de los ductos era necesario para combatir el robo de combustible. Sólo 16 de cada 100 no le cree. Más aún, cuatro quintas partes de los encuestados veía necesario pasar por estas privaciones. Por último, a raíz de esto, la opinión sobre AMLO mejoró para 57 por ciento de las personas y sólo para el 18 por ciento empeoró.

La cifra es casi idéntica a la que obtuvo, en otro sondeo, Consulta Mitofsky para el periódico El Economista. Para 56.7 por ciento de las personas que respondieron, el cierre de ductos fue la estrategia correcta. Este segundo ejercicio ofreció otro dato interesante: a algo más de la mitad de los encuestados la medida no le ha afectado en lo absoluto.

Una tercera encuesta, publicada por el diario El Financiero, coincide en los resultados favorables a la imagen presidencial, con matices interesantes: en la Ciudad de México la medida, a pesar de sus inconvenientes, es aceptada por nueve de cada diez habitantes. Más aún, el índice de aprobación de la gestión del presidente repuntó en seis puntos, para situarse en un 76 por ciento. Para darnos una idea, Enrique Peña Nieto cerró su mandato con 24 puntos de aprobación.

Resultados tan favorables son, para un sector minoritario de la población, muy contradictorios, por no decir inexplicables, quizá hasta desalentadores. Para entender el tamaño de su perplejidad, daré un ejemplo personal: el viernes pasado por la noche viví la escasez en auto propio. Contaré brevemente mi odisea no porque sea interesante o aleccionadora, sino porque fue sintomática.

Luego de deambular media hora por la CDMX, y ver en el trayecto seis gasolineras cerradas, finalmente me formé en una hilera de autos que se extendía por más de medio kilómetro sobre Patriotismo. Al final, prometía el Waze, habría gasolina. Cincuenta minutos. Cuando ya faltaban menos de diez autos para mi turno, se acabó el combustible. “Hasta mañana que venga la pipa”, me dijo uno de los encargados. Otra media hora de traslado, y vi más gasolineras cerradas. Me formé otros cuarenta minutos en una segunda hilera de otra gasolinera. Esta vez tuve más suerte y pude llenar el tanque. Eran cerca de las once de la noche. En total, entre idas y vueltas, hileras y paciencia, había perdido poco más de dos horas y media. Mi caso, como dije, es uno de miles. Sin embargo, hay que admitirlo, está lejos de ser representativo.

En la Ciudad de México hay un parque vehicular de 5 millones de automóviles. Sin embargo, esos vehículos únicamente transportan al 16 de la población. El resto se traslada, en condiciones de aplastamiento, en las distintas opciones de transporte colectivo. La diferencia de posibilidades de movilidad entre uno y otro grupo es abismal y se correlaciona con el índice de aprobación de la medida en la Ciudad de México: 92 por ciento.

Es, como puede verse, una burbuja minoritaria. O como se les conoce técnicamente: una cámara de eco. Al interior de ella, las personas creen que su realidad es casi la única que existe. Es comprensible: encienden la televisión y ven programas que les reiteran su posición de privilegio. Van a centros comerciales en los que las personas siguen sus mismas maneras y costumbres. Su círculo de amistades en redes sociales o grupos de whatsapp tienden a reforzar los mismos tópìcos conversacionales, de manera que hacia donde se mire el mundo parece tener el mismo orden y la misma finalidad. Pero es un mundo demasiado reducido y AMLO ha decidido denostarlo con su bisílabo “fifí”. Si lo denosta es porque puede: la mayoría lo respalda.

Desde luego, si la escasez derivara en un alza generalizada a los precios de los alimentos, o una reducción en su oferta en el mercado, es posible que la tendencia favorable al mandatario se revierta. Sin embargo, es poco probable que se llegue a ese extremo. En todo caso, es a tal la aceptación de la medida que no sólo demoraría mucho en disminuir, sino que enmascara otras realidades. Por ejemplo, el índice de pobreza extrema, que es del 38 por ciento en la CDMX. Familias enteras para las que la escasez alimentaria es una realidad diaria desde hace décadas, de modo que no verían una enorme diferencia en su condición actual. Por otra parte, si Peña Nieto logró mantenerse en el poder todo el sexenio con índices aprobatorios tan magros, alguien con el capital político de López Obrador puede operar con total tranquilidad.

Apostamos a que más casos como este se suscitarán a largo de este mandato que aún no llega ni a sus primeros cien días. La guerra contra el huachicol es apenas otra cuenta más al rosario. Solo que esta pegó directamente en las rutinas de las personas que tenemos el privilegio de tener ingresos mensuales que nos permiten conducir en automóvil propio.

Las medidas del nuevo gobierno, hasta el momento, han mostrado ser muy caras (adiós, NAIM) y tal vez innecesarias (respaldar a Maduro, cancelar el Inadem); torpes e ineficientes en unos casos (cerrar los poliductos de combustible), meramente cosméticas en otros (pedirle “permiso” a la Madre Tierra para construir un tren en la selva), retrógradas (construir más refinerías en lugar de apoyar las energías limpias), opacas en sus cifras y procederes (¿de dónde saldrá el dinero para todo esto?), tajantes en todos los casos (sobran ejemplos). Nada obedece a la lógica que ha manejado el Estado Mexicano en las últimas décadas. Esa lógica que la clase empresarial se había acostumbrado a leer y a actuar en consecuencia para sacar provecho.

Esta es ya la nueva realidad, y más vale entenderla. Luchar contra ella sólo generará desgaste y se perderán de vista las oportunidades de negocio que a pesar de tanto caos irán surgiendo. No sólo eso, odiar al régimen actual desde el parapeto de los privilegios socioeconómicos, sólo va a fortalecerlo más. Hay que ser sumamente críticos, pero el contradiscurso tendrá que alejarse de sus bases tradicionales (sobre todo del status quo), y fundamentarse desde estructuras y narrativas que al armonizar con la propuesta actual permitan desmontarla y cuestionarla.

Sigue leyendo cuál será la narrativa oficial durante el sexenio de AMLO.


Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica

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