No hay más: un robot va a quitarte tu trabajo… así que mejor tú sé una persona
El avance de la automatización y la inteligencia artificial no va a pararlo nadie. Nos quedaremos sin trabajo y todo será horrible. Pero quizás esa sea la mejor parte.
1. El ataque en defensa propia
Con más frecuencia de la que estamos dispuestos a reconocer, se nos olvida lo que conlleva ser personas. Titubeé al escribir la frase anterior porque en una primera redacción decía: “lo que implica ser humanos” que, aunque es más específico respecto a lo que somos, la palabra “humano” tiene connotaciones chantajistas, de mundo en alto contraste: blanco y negro, buenos y malos.
Por ejemplo, el término contrario, “inhumano” no se refiere a la no pertenencia a la especie homo sapiens. Un perro podrá ser no-humano, pero no puede llamársele “inhumano” por más que muerda o se coma a una persona. Lo inhumano sólo aplica a la persona que actúa contra otra persona, o contra otro grupo de personas.
Es fácil ver por qué actuamos inhumanamente, es decir, en contra de nuestros semejantes: simplemente no los vemos semejantes. Incluso, podemos verlos como enemigos. A veces, en efecto, son enemigos que actúan inhumanamente en contra de uno, o de quienes consideramos nuestros semejantes.
Un bandido que asalta en un restaurante está actuando inhumanamente en contra de los comensales. Si alguna de las víctimas lo enfrenta, y logra desarmarlo y someterlo, el criminal podrá esperar un trato inhumano en represalia. Incluso un linchamiento. La razón asistiría a quien lo enfrentó: actuó en defensa propia.
Pero el concepto de “defensa propia” es complicado. Se justifica de facto ante un ataque físico o su amenaza. Pero hay muchos otros ataques menos evidentes ante los cuales nos sentimos igualmente obligados a ejercer la legítima defensa. Muchas guerras nacen y se mantienen décadas bajo ese principio. En México tenemos una contra el crimen organizado y todos los bandos actúan en defensa propia, o al menos de sus intereses.
2. El ataque de los robots inteligentes
Un artículo publicado el día de hoy en el New York Times, describe que en el foro económico de Davos, los grandes expositores, gobernantes y empresarios, hablan públicamente en favor de la defensa de los puestos de trabajo ante la inminencia de la automatización y la inteligencia artificial (AI, por sus siglas en inglés). Sin embargo, esos mismos personajes —continúa el texto— en privado justifican la sustitución de empleos por robots y software de AI. El consenso es que la competencia global es implacable y los obliga a ello. Si ellos no lo hacen, el competidor ya lo está haciendo, y con ello amplificará sus márgenes de ganancia. Por supuesto, la defensa de los puestos de trabajo traería mayor bienestar a la población humana, mientras que la automatización incrementará la desigualdad y favorecerá la acumulación de riquezas para unos poquísimos empresarios y políticos. El artículo termina con un magro consuelo: la automatización es una opción. Los empresarios pueden elegir no automatizar los puestos de trabajo, y con ello compartir la prosperidad entre más personas.
Ahí termina ese artículo, pero ya sabemos cómo acabará todo: el dinero acumulado gobierna siempre sobre el dinero repartido. La tendencia a los monopolios es el ADN del capitalismo. Ha sido necesaria la intervención de organismos autónomos a las dinámicas del libre mercado para regular la competencia y romper las grandes acumulaciones financieras.
Sin embargo, una policía global que frene la sustitución de empleados humanos por máquinas suena casi impensable. Por otra parte, los incentivos por virar hacia la automatización son innumerables: las máquinas no descansan, no exigen un sueldo y prestaciones, no se van a huelga, no vacacionan, no pelean, no se quejan, su desempeño es impecable, y cada vez son mejores. De inicio son caras y enormemente sofisticadas, pero la inversión en el largo plazo se recupera con creces.
No sólo eso: claramente las corporaciones que logren automatizarse antes no solamente tenderán a dominar al mercado, sino que no van a desaparecer. La automatización no solo amenaza puestos de trabajo y profesiones enteras, sino que sectores completos de la industria pueden volverse irrelevantes ante el avance de las nuevas tecnologías.
3. El contraataque de lo humano
Lo paradójico es que el avance de las máquinas es intrínsecamente humano. No sólo nosotros las inventamos, sino que no podemos evitar desarrollarlas. Los monstruos del avance tecnológico son inherentes a nuestra condición: desde el diseño de máquinas de tortura medievales hasta la bomba atómica, la modificación genética y la inteligencia artificial. Las consecuencias desastrosas también son casi obligatorias a nuestra especie: el calentamiento global, la radiación, la miseria, el genocidio. Lo paradójico también es que el avance de todo eso ha sido casi siempre en defensa propia, y efecto de nuestra limitada percepción que deja de mirar como personas a quienes no sentimos semejantes.
El mismo avance inexorable de lo humano también busca defendernos de cualquiera de esos posibles apocalipsis. ¿Podemos evitar las catástrofes? Yo creo que sí. El asunto es que la carrera solo va a terminar cuando “gane” la parte monstruosa —que de paso también habrá terminado con todo lo humano—. Mientras tanto, seguiremos creando medios de defensa contra el desastre generado por los medios de defensa que creamos.
Para no cerrar tan apocalípticos, es necesario entender lo que las máquinas nunca podrán replicar. ¿Pueden reemplazar a un gerente o a un vendedor? Sí, sin duda. ¿Alguien va a extrañarlos? Al principio nomás, y sólo si estudiaste eso. ¿Pueden reemplazar a un pianista? Sí, sin duda, pero no hace sentido escuchar una ejecución “perfecta” de una sonata de Beethoveen (o del compositor AI en boga), interpretada por un software… más que como curiosidad. Es posible que la AI nos supere en todo en el futuro, pero nunca nos va a importar… porque no es un semejante.
Paradójicamente, es posible que justo sea nuestras imperfecciones lo que nos salve como especie.
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Felipe Soto Viterbo (Twitter: @felpas) es novelista, editor, consultor narrativo para Vixin Media y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
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