el Contribuyente

¿Qué tan tóxica es la oficina donde trabajas?

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Foto: Shutterstock

Te dejas absorber tanto por el trabajo que no te das cuenta que es inhumano. O peor: te das cuenta y ¡crees que eso es lo correcto! Mal, muy mal…


Cualquiera que siga las noticias desde la Casa Blanca (la de Washington, no la de Peña Nieto), agradecerá no trabajar ahí. Estar bajo las órdenes arbitrarias, contradictorias y poco éticas de un jefe como Donald Trump termina siempre en frustración. Su proceder egocentrista explica no sólo la alta rotación de su personal; también la proliferación de libros de ex empleados hablando de lo mal que se lo pasaron en el infierno de Pennsylvania Avenue. Claro que cuando uno es quien trabaja en un entorno igualmente tóxico, nunca se trata de la Casa Blanca, de modo que la opción de huir de tu horrible trabajo para escribir tus memorias no interesará a nadie.
Pasa uno más tiempo en la oficina que con la familia o los amigos, por lo que laborar en un ambiente viciado al final termina en somatizaciones producto del estrés: insomnio, fatiga crónica, ansiedad, gastritis, colitis, ataques de pánico, infartos… ese tipo de cosas lindas. Si ya presentas esos síntomas, deja de creer que son producto de la edad, o deja de comprarte la narrativa esclavista de que son inherentes a la vida laboral. Acepta que tienes un trabajo tóxico. Estos son los síntomas:

Composición química de un trabajo irrespirable

Una de las constantes de estar metido en un ambiente inhumano, es que según el “consenso” todo está de maravilla. Si preguntas a tus empleados, dirán que nunca han tenido mejor liderazgo que el tuyo (su sonrisa será forzada, pero no vas a notar la mueca). Como la fábula del emperador que va desnudo, te pavonearás por los cubículos sin darte cuenta de que todos se dan cuenta, pero nadie se atreve a decirlo. Al igual que el aire viciado puede caracterizarse por su escaso oxígeno (y por la presencia de otros gases venenosos), el componente ausente o escaso de un entorno laboral viciado, es la empatía. Su falta alienta la entrada de otros comportamientos ciertamente deshumanizantes que, con un poco de autocrítica, saldrán a la vista:
 
Miedo. Ya lo decía Yoda: “El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira. La ira lleva al odio. El odio lleva al sufrimiento.” En cualquier empleo, el elemento miedo casi siempre es al desempleo, o a que no habrá bonos, o no habrá ascenso, o no habrá vacaciones. Pero también, en entornos más sádicos, el miedo a ser humillado, el miedo a ser regañado con violencia verbal, el miedo a ser aislado. ¿Qué tanto prevalecen estas amenazas como chantaje? En otras palabras: ¿qué tanto se usa más el látigo que la zanahoria para hacer avanzar las cosas? Esto nos lleva al siguiente componente:

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Privilegio. Este elemento siempre tiene dos componentes: la parte privilegiada y la parte desposeída. La primera se manifiesta por medio del abuso deliberado o inconsciente de la posición de superioridad, con mayores o menores dosis de crueldad. Dependiendo de las características de las personas involucradas, podemos hablar de machismo, clasismo, racismo, homofobia o bullying a secas. En formas más sutiles se manifiesta como el amiguismo, nepotismo y el compadrazgo que niegan la posibilidad de progreso a quienes en verdad lo merecen. Por otro lado, la parte desposeída puede utilizar la victimización como método de supervivencia y estratagema de poder. Claro, no hubiera tenido que victimizarse si de entrada no hubiera existido de antemano ningún abuso en los privilegios jerárquicos.
 
Poder. Si hay una pelea por el poder tenemos un caso de Game of Thrones en la oficina. Órdenes arbitrarias sólo para que quede claro quién tiene la sartén por el mango, o para salvar una posición de poder. Rituales de besamanos para que se vea quién es el señor feudal. Chismes y calumnias anónimas que buscan ensuciar a quienes están haciendo bien su trabajo. Retención deliberada de información clave de modo que se obstaculiza el trabajo de quien la requería (porque información es poder). Equipos que en vez de competir por ser los mejores, compiten por ver quiénes sabotean mejor el trabajo de los demás (¡o entre los mismos integrantes del equipo!) con tal de lograr sus metas. En fin: traiciones, puñaladas en la espalda, despotismo y ya está: Winter is coming!

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Sistematización. Claro que no hay necesidad de ensuciarse uno mismo las manos cuando se pueden perfectamente poner políticas excluyentes, horarios esclavizantes, sueldos de hambre, bonos inalcanzables, prestaciones limitantes y todo tipo de papeleo excesivo y laberíntico con tal de crear un infierno kafkiano sin que nadie a ciencia cierta sea el culpable. Al final de cuentas todo esto estaba en el contrato, así que si se aceptaron las condiciones nadie tiene derecho a quejarse.
 
Deshumanización. ¿Qué no todos sabemos que estamos aquí por el dinero y nada más, que con dinero baila el perro, y que es el único dios del mundo contemporáneo? Por eso es perfectamente aceptable arrasar con hectáreas de ecosistema, contaminar los ríos, esclavizar niños, arruinar pueblos enteros, dejar morir a personas por culpa de las enfermedades asociadas con nuestros productos. Finalmente, gracias a eso, los empleados reciben buen dinero y todos felices. Pues no: porque en el fondo, las personas que aún no han perdido la poca humanidad que les queda se dan cuenta y se sienten mal por lo que están haciendo, así que en cuanto pueden renuncian. Se van quedando en la organización aquellos a los que no les importa, la gente sin escrúpulos, sin moral, y es fabuloso trabajar en un lugar lleno de sociópatas, ¿verdad?
 
Ciertas personas. En muchas ocasiones la causa de tanto lío en una oficina tiene que ver con algunas personas desequilibradas perfectamente localizables, a las que es mejor despedir por el bien del equipo. Esto es perfectamente practicable si son tus subordinados. Si son tus jefes, o tus pares, vas a tener que confrontarlos o aguantarlos. Pero es posible, también, que la causa de la toxicidad seas tú. Esto quedará claro en una evaluación de 360 grados (en donde todos califican a todos de forma anónima). Si en ella las opiniones hacia tu gestión son mayoritariamente negativas, entonces no hagas berrinche ni busques venganza (porque seguro que tiendes a eso) y acéptalo: tienes un problema.
 

Felipe Soto Viterbo es novelista, editor y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
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