el Contribuyente

Si el cliente lo quiere para ayer, ¿vale la pena desvelarse?

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Foto: Shutterstock

En algún punto, nos creímos el cuento de que para ganar mucho dinero había que trabajar como esclavos. Excepto que casi nunca resulta…


     1. El caso del empresario genio que enloqueció por exceso de trabajo

“Hay veces en las que no he salido de la fábrica por tres o cuatro días; días en los que no he puesto un pie fuera. El precio ha sido no ver a mis hijos, o a mis amigos.” La frase anterior sería un acto de explotación laboral, excepto que la dijo el dueño de la fábrica. No es cualquier empresario, ni cualquier fábrica. Se trata de Elon Musk, el inventor que lleva los últimos meses intentando rescatar a Tesla, su compañía dedicada a fabricar automóviles eléctricos. La dijo en una reciente entrevista telefónica al New York Times. En ella, el CEO multimillonario de empresas instaladas en el futuro (además de Tesla, están Space X, y The Boring Company), casi se suelta a llorar. Confesó que pasó trabajando las 24 horas del día de su cumpleaños y que cruzó el Atlántico en su jet privado para hacer acto de presencia por un par de horas en la boda de su hermano, y regresar a trabajar.
Ese ritmo de trabajo lo ha llevado a cometer una serie de actos que sólo alguien privado de sueño y descanso podría cometer. Tras la noticia de que un equipo de futbol de 12 niños, y su entrenador, habían quedado atrapados en una gruta en Tailandia, decidió mandar un robot submarino para ayudar al rescate. El artefacto no funcionó. A uno de los rescatistas le pareció que todo había sido un truco publicitario del multimillonario a costa de los niños. Arrebatado por la impotencia de saber que había vidas en peligro, el rescatista añadió que Musk podía meterse el submarino en donde le doliera. Ante esto, Musk respondió en un tuit que el rescatista era un pedófilo. El tuit fue borrado, pero la acusación no tenía fundamento alguno y Musk tuvo que disculparse.
A principios de este mes, otro tuit impremeditado causó un revuelo en el mercado accionario. En él anunciaba que Tesla dejaría de ser una empresa pública; las acciones se comprarían a 420 dólares. La cifra fue dada por redondeo y porque 4 y 20 es la clave para la marihuana. Desde ese tuit a la fecha, las acciones de esa automotriz están descontroladas y sin indicios de que nadie quiera comprarla realmente. Incluso el estado emocional alterado de Musk, evidenciado por la propia entrevista telefónica, le restó 9 dólares al precio de las acciones.
Los miembros de su propio consejo directivo ya están buscándole reemplazo. “Si conocen a alguien que pueda ocupar mi puesto mejor que yo, por favor háganmelo saber y el puesto es suyo”, comentó Musk.
Aquí se trata de uno de los empresarios más famosos y exitosos del mundo. Si él quiere mudarse a vivir a sus fábricas nadie se lo impide. Él es su trabajo. Pero su caso me trajo a la mente otro episodio.

     2. El caso de la ejecutiva que prefería el trabajo a su familia

Recién salido de la universidad, fui a muchas entrevistas para conseguir un empleo. Casi no recuerdo ninguna, salvo dos. Una de ellas, desde luego, donde fui contratado; la recuerdo no porque haya sido memorable, sino sólo porque me dieron el empleo. La otra que no olvido es esta:
Era en un edificio en Insurgentes Sur y en ese tiempo (mediados de los años 90) no estaba prohibido fumar en espacios cerrados. Ella, cuarenta y tantos años, traje sastre, tenía un cigarro encendido en la boca. Eran como las once de la mañana. A juzgar por las colillas en el cenicero, iba por su quinto cigarro del día. Miró mi currículum con aburrimiento y me preguntó si yo iba a estar dispuesto a trabajar a su ritmo. Le pregunté cuál era ese ritmo.
—En mi vida el trabajo es la prioridad número uno —me contestó como si fuera algo épico—. Por encima de todo. De la familia. De todo.
En su escritorio había una foto de sus dos hijos, niño y niña, diez, doce años. Me los señaló.
—Casi no los he visto como en dos semanas —dijo con orgullo.
Me contó que ni ganas tenía de verlos en realidad, porque se la pasaba regañándolos y peleando con ellos y con el marido —que estaba en otra foto—. Luego miró a su alrededor y, con la actitud del soldado que en la película de Apocalypse Now (1979) festejaba el olor a napalm por las mañanas, dijo que ése era su mundo.
 

Apocalypse Now


 
No era una oficina muy grande. Era una de tantas en un edificio corporativo. No recuerdo el puesto que tenía ella, pero no era muy impresionante. Su filosofía de entregarle su vida a una empresa me pareció fútil. Apuró su cigarro y con lo que quedaba encendió el siguiente. Me ofreció uno. Le dije que yo no fumaba.
—¿Seguro que estás dispuesto a dejar a tu familia, a tus amigos, a tu novia, para trabajar conmigo?
Mentí, le dije que sí. Nos despedimos y en cuanto entré al elevador decidí que ni loco trabajaría para ella. No fue necesario: nunca llamó de vuelta y luego entré a trabajar en otro empleo igual de exigente, pero en el que sólo aguanté un año y medio.

     3. ¿Vale la pena desvelarse por un cliente?

La narrativa del trabajo duro tiene resabios idealistas. Los relatos de personas que nacieron en la miseria y a puro esfuerzo lograron acumular grandes riquezas, ciertamente resultan extraordinarias, pero lo son en el más literal sentido del término. Según un reporte reciente de la OCDE en México una familia en situación de pobreza tardaría, en promedio, once generaciones (unos 330 años) para tan sólo entrar a la clase media. Eso no impide que de tanto en tanto, por mera lotería estadística, entre decenas de millones de pobres mexicanos haya algunos que logren escalar varios niveles socioeconómicos hasta llegar a la cima sin ser narcos, pero son poquísimos. Somos un país con mínima movilidad social y matarse trabajando no garantiza el éxito económico. Sí garantiza, en cambio, altos niveles de estrés y de ostracismo que, a su vez, devienen en muerte prematura.
El orgullo masoquista de dejar la vida en el trabajo, o de pasar la noche en la oficina porque el cliente pidió una entrega “para ayer”, tiene mucho sentido si eres Elon Musk que ya lo tiene todo, es multimillonario, perfectamente podría retirarse y hacer lo que quisiera, pero prefiere pasársela mal. Cada quien.
Tiene mucho sentido también si en verdad ves posibilidades que el sacrificio actual rendirá enormes frutos mañana: estás diseñando el edificio que será referencia para futuras generaciones, estás creando la app que te hará multimillonario en pocos meses, estás conquistando al cliente que tu empresa necesita para hacer la diferencia, estás construyendo la empresa que definirá al sector, estás dejando un legado. Perfecto, vale la pena.
¿Pero tiene sentido arrastrar a tu equipo en tu obsesión por el trabajo y humillar a los que no están dispuestos a seguirte el ritmo? No lo tiene y por ningún lado se justifica, así que ya deja de hacerlo.
 


Felipe Soto Viterbo es novelista, editor y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.

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