Los elementos políticos o socioeconómicos con los que se intenta explicar el triunfo de López Obrador son insuficientes. Aquí trataré de demostrar que su triunfo está más cercano a la estructura de filmes como The Matrix o Star Wars.
Por Felipe Soto Viterbo
La noche del domingo 2 de julio del 2000, la victoria de Vicente Fox provocó una euforia colectiva y espontánea. No era para menos: por fin, luego de 71 años, íbamos a tener presidente que no perteneciera al PRI. Al mismo tiempo, en la capital mexicana, otro candidato no priista celebraba su triunfo: Andrés Manuel López Obrador había sido elegido como jefe de gobierno del Distrito Federal, y en su discurso anunciaba sus intenciones de ser el próximo mandatario del país. Pero no la tuvo fácil: ganar las elecciones le tomaría 18 años y tres intentos.
Ciertamente, la trayectoria de López Obrador en esos tres sexenios estuvo lejísimos de ser impecable (como veremos enseguida) y aún así, la mayoría de los votantes ya le han perdonado todo. Más aún: viene arropado con una victoria que los medios no han vacilado en calificar como “apabullante”. En casi todo el territorio nacional se votó en bloque por su partido, el Movimiento de Regeneración Nacional. Morena detentará el poder mayoritario en la próxima legislatura en ambas cámaras federales y algo parecido se verá en la mayoría de los estados de la república.
¿Cómo lo hizo? ¿Qué hizo que arrasó con todas las estrategias y presupuestos exorbitantes de comunicación política de sus adversarios? ¿Cómo fue que logró acumular tanta credibilidad pese a sus fallas, que no fueron pocas en todos estos años? No es sólo perseverancia: simple y lentamente en 18 años pudo volverse irrelevante y, en este, su tercer intento, alcanzar apenas una mínima parte de la votación.
El viaje de un héroe improbable
Mi teoría para explicar su victoria está sesgada porque esta columna es sobre narrativa de negocios, pero va así: lo que el pueblo percibió en López Obrador fue un “viaje del héroe” —así se conoce a la estructura que subyace en todas las historias que merecen la pena ser contadas—. Para no marear al lector, digamos que todos los héroes de la mitología antigua y moderna, desde Edipo Rey hasta Luke Skywalker o Neo, el de la Matrix, están basados en este mismo principio.
Ese “viaje” nos fascina porque supone una evolución del personaje en la cual un héroe imperfecto es enfrentado a sus enemigos más formidables. Sufre derrotas sin cuento y está a punto de rendirse, pero sigue adelante. Confronta a sus enemigos y llega un punto en el que, al final, debe arriesgarse a sacrificarse a sí mismo para poder vencer. Cuando lo hace se descubre dueño de poderes insospechados y se revela como “el elegido”. El viaje del héroe se repite una y otra vez en leyendas, cuentos, novelas, películas y series de televisión porque es un arquetipo; es decir, un símbolo que identificamos los seres humanos de todas las culturas.
De ninguna manera López Obrador es un héroe mitológico, pero su trayectoria se fue acomodando en la mente de las personas a lo largo de 18 años (o más, si nos atenemos a sus orígenes de estudiante fósil de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, o de activista aguerrido en Tabasco). Para un buen porcentaje de los mexicanos, no es ningún héroe sino un villano que al final se hizo con el poder absoluto y ahora malvadamente se dedicará a la venezuelización de nuestro México. Sin embargo, para la mayoría de los votantes del domingo 1 de julio, el viaje del Peje es la evolución de un héroe.
Primer acto: el jefe desaforado
Su mandato al frente del gobierno del Distrito Federal no estuvo exento de escándalos financieros y despropósitos. ¿Cómo olvidar a su colaborador René Bejarano “el Señor de las Ligas”, ser exhibido atando fajos de billetes en el programa de Brozo? ¿O la ciclovía cuyos puentes eran imposibles de pedalear y luego tuvieron que tirarla para poner el segundo piso del periférico? Por cierto, para el recuerdo: la gestión de esa ciclovía asesina (hubo ciclistas que murieron por ese mal diseño) fue de Claudia Sheinbaum, ahora elegida como gobernadora de la Ciudad de México para el sexenio próximo. El mismo segundo piso fue una obra opaca en sus finanzas que favorecía el uso del automóvil y no resolvía los problemas de movilidad de la mayoría de la población capitalina. Cuando dejó el cargo para contender a la presidencia de la república, sus adversarios intentaron frenarlo a como diera lugar. En algún momento quisieron quitarle la inmunidad del fuero político para poder procesarlo legalmente.
Segundo acto: el mesías peligroso
Tras el resultado extremadamente reñido de esas elecciones, que lo desfavorecieron en alrededor de medio punto porcentual, López Obrador no reconoció su derrota. En una jugada mediática, acusó que hubo fraude. Se autoproclamó “presidente legítimo” durante una concentración en el Zócalo e hizo un plantón en Paseo de la Reforma que duró de julio a septiembre de ese año. Ominosamente daba la razón a las ideas negativas que le endilgaron durante la campaña sucia de esa contienda electoral: que pretendía ser “un mesías” y que era “un peligro para México”.
Tercer acto: el amoroso forzado
En la elección de 2012 volvería pacificado con su idea de “la república amorosa”. Perdió por un margen lo bastante amplio como para que pudiera hablar de fraude. Es muy posible que, si no hubiera dramatizado con sus dislates de presidente legítimo con todo y gabinete paralelo, si no hubiera hecho el plantón en Reforma; si en vez de ello hubiera aceptado la dudosa derrota del 2006, si no hubiera representado el papel de un líder enfurecido, en su segundo intento por hacerse del poder habría tenido un mejor desempeño, quizá incluso hubiera ganado. Pero su viaje habría estado incompleto y no sería un héroe.
Cuarto acto: la levedad del héroe
Pese a que perdió, no se rindió, y los siguientes años siguió en campaña. Hace cuatro, fundó su partido Morena. Asegura haber visitado todos y cada uno de los municipios del país. Envejeció, y en un video persigue a una paloma. El gesto no era trivial: hablaba al inconsciente de sus seguidores de su levedad, de su estar más allá de los problemas mundanos. Tanto el viaje por el país como la paloma son símbolos que en la mente de sus electores se tradujeron en la idea de la transformación: el héroe ha sacrificado sus intereses personales y ahora pelea por todos.
Mientras tanto la suerte jugaba en su favor (si bien en contra de los mexicanos). Durante el gobierno del panista presidente Felipe Calderón se declaró una guerra insensata que puso a combatir al ejército y la marina contra los cárteles del crimen organizado. En el del priista Enrique Peña Nieto los niveles de corrupción, violencia, crimen, cinismo y desgobierno que iniciaron con su antecesor llegaron a niveles históricos. El conteo oficial de muertos y desaparecidos por esa guerra en ambos sexenios se acerca a las 200 mil víctimas. En ese mismo lapso, los habitantes de la Ciudad de México padecimos con el perredista Miguel Ángel Mancera al peor gobierno de la megalópolis. Aún así, sería equívoco decir: el pueblo se hartó del PRI (y del PAN, y del PRD) y votó por “la opción menos mala”. De haber sido eso, menos gente habría depositado su voto en las urnas. Incluso, quizá Obrador no hubiera ganado o, por lo menos, no tendría los amplios márgenes que presentó. Todo eso operó en su favor, pero lo que ocurrió fue distinto.
Quinto acto: el héroe todopoderoso
Los arquetipos no son figuras de la razón, sino del inconsciente. Son tan irracionales como los impulsos que llevan a la gente a elegir su voto. (Hablando de “mitos”, quizá el más ingenuo de todos sea el mito del “voto razonado”.)
Para este ciclo electoral López Obrador ya había completado su ciclo en la mente irracional de los votantes. Lo que dijera guiaba la lógica de los demás candidatos. Él mismo no podía ya hacerse daño a sí mismo: ya era inmune a los ataques, y ese es un atributo del héroe (la misma inmunidad a los ataques que, por cierto, también llevó a Trump a la presidencia estadounidense).
Un botón de muestra sucedió durante el debate en el cual, con total candidez, pero absoluto dominio de sus poderes, se limitó a responder a su contrincante Ricardo Anaya con un apodo: “Ricky Riquín Canallín”. Lo infantil de ese mote, y el daño que hizo a Anaya en los días subsecuentes, fue equivalente al momento en el que Neo se da cuenta del funcionamiento de la Matrix y con simples movimientos de mano detiene las balas. “Ricky Riquín Canallín” fue su movimiento de manos. Un movimiento ridículo, ni hablar, pero a un héroe todo se le perdona.
Felipe Soto Viterbo es novelista, editor y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
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