¿Por qué es mejor estar en favor de lo (aparentemente) ilógico y en contra del sentido común?
Ir en dirección opuesta a lo que dicta el sentido común y la lógica puede ser el motor de la innovación en tu negocio.
Aunque es bueno cultivar el sentido común en la vida diaria —por ejemplo, llevar paraguas si se ven nubes de lluvia, o no probar comida que huele mal—, cada vez quedan más claras sus limitaciones. Basta un vistazo a la historia de la ciencia para darnos cuenta que el sentido común muchas veces se equivoca de forma garrafal. Por ejemplo, el sentido común indicaría que el Sol y la Luna giran alrededor de nuestra Tierra que parece más bien plana. De la misma manera, daría la impresión de que el ser humano es algo así como el rey del universo y puede disponer libremente de los animales y plantas como le plazca. El sentido común también indica que, como la constitución corporal de los hombres es más musculosa, entonces deberían dominar sobre las mujeres. O que los pobres son pobres porque quieren. O que existen las razas humanas. O que irse de vacaciones no es productivo.
Por fortuna para todos, el sentido común se nos está terminando. Desde hace siglos recibió sus primeros golpes letales cuando quedó demostrado que era la Tierra —esférica y no plana— la que orbitaba alrededor del sol, junto con todos los demás planetas. Luego esos golpes se intensificaron: se demostró que el ser humano era tan animal como todos los demás mamíferos y que evolutivamente tiene un antepasado común con el chimpancé. Que por creernos los reyes de la creación nos estamos acabando al planeta (y de seguir así, tarde o temprano terminaremos con nosotros mismos). Que la idea que se tenía sobre las mujeres estaba absolutamente equivocada y ha obedecido a injustas imposiciones culturales y económicas. Que no existe tal cosa como las razas humanas porque nuestra diversidad genética es deleznable. Que los pobres lo son porque, por más que se esfuercen, el sistema socio-económico se encarga de mantenerlos en la miseria; mientras que ese mismo sistema mantiene a los ricos en una posición de privilegio aún cuando no se esfuercen en lo más mínimo. Etcétera.
De hecho, desde hace décadas nuestra realidad ya opera en modo contraintuitivo —que es una forma de nombrar a las ideas que atentan contra nuestro vapuleado sentido común— y, contrario a lo que la lógica indicaría, ya no nos afecta en lo más mínimo. Como diría Paul Simon en una vieja canción: “these are the days of miracle and wonder” (“estos son los días del milagro y el asombro”). Hay aviones, teléfonos inteligentes, intercomunicación global, materiales superconductores, antimateria, inteligencia artificial, quesadillas sin queso…
La ciencia, de hecho, sigue explorando los límites de lo posible y sus hallazgos continúan destruyendo el poco sentido común que nos queda: el átomo puede dividirse y está formado en un 99 por ciento de espacio vacío; la gravedad tiende a formar agujeros negros de los que no escapa ni siquiera la luz; el universo se expande aceleradamente; hay una sustancia desconocida que a falta de un nombre mejor llamamos materia oscura y supera en cuatro veces la masa de la materia “normal”; dos partículas subatómicas separadas a millones de años luz pueden modificarse instantáneamente porque están entrelazadas cuánticamente (y de algún modo inexplicable no hay espacio entre ellas); hay ondas gravitacionales que modifican el espacio-tiempo; a la velocidad de la luz el tiempo se detiene completamente, etcétera.
A pesar de esos avances y descubrimientos, y en parte por temor o pereza a tener que replantearnos todo nuestro esquema mental —y de paso toda nuestra realidad— hay personas que se aferran a creencias que tras un simple examen resultan ser ideas primitivas, infantiles, fantásticas y, a la luz de la evidencia científica, ilógicas.
Previsiblemente, el entorno de los negocios no es la excepción a esta debacle del sentido común. Pensemos que el diseño básico de ese entorno es herencia de una realidad socio-económica que ya no se parece a la nuestra. Un poco como si aún nos siguiéramos trasladando en carruajes tirados por caballos, o comunicándonos por telegramas. En esa realidad, por ejemplo, se buscaba estandarizar los procesos porque así se facilitaba la administración de las empresas. Era un mundo sin computadoras. Repito: era un mundo sin computadoras.
Ahora, a décadas de que estas máquinas se nos volvieron indispensables, las hemos insertado en el proceso de los negocios sin cuestionar el diseño básico de ese proceso. Estamos a nada de que la inteligencia artificial y la robótica sustituyan con mayor eficiencia que nunca muchos de los empleos que hasta ahora no creímos que pudieran realizarlos nadie más que humanos… mientras, el modelo de todo el ciclo productivo sigue siendo del siglo XVIII.
Cuando en una industria todos los procesos, toda la tradición, todos los estudios, todo el esfuerzo realizado apuntan en una dirección obvia —y muy transitada— ¿qué hace pensar que una idea nueva, a la que no le asiste ninguna lógica, pueda funcionar? Precisamente: una condición de todo avance posible es que sea, en un inicio, contraintuitivo.
Si bien ajustarse a los estándares que cada industria señala puede ser recomendable, al final las empresas que destacan —y eventualmente pueden arrasar con todos sus competidores— son las que trascienden esas convenciones. Si haces lo que todo el mundo hace, ¿cómo pretendes diferenciarte?
Dicen que la sabiduría no consiste en tener certezas sino en tener preguntas. La gente que se impone una dinámica de pensamiento contraintuitivo, sabe que en el instante en que una verdad se vuelve evidente es tiempo de cuestionarla. El método científico sigue aportándonos conceptos que antes no hubiéramos imaginado. La disciplina del pensamiento creativo permite seguir vislumbrando mundos posibles que por el momento sólo son imaginarios. La mezcla de ambas lleva la experimentación perpetua, y esta se traduce en innovación.
Felipe Soto Viterbo es novelista, editor y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
Negocios Inteligentes es un medio plural que admite puntos de vista diversos. En tal sentido, la opinión expresada en esta columna es responsabilidad sólo del autor.
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