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¿Quieres progresar? Lo que realmente te motiva es la incomodidad

En el origen de las grandes acciones humanas (y también de las peores) está en realidad la necesidad de volver a terreno seguro. Aquí lo demostramos.




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Foto: Shuttesrstock
7 mayo, 2018


Aunque esta es una columna de narrativa de negocios, voy a confesarles algo muy personal: me gustaría tener cinco o seis hijos con Emma Stone y vivir juntos y felices en una mansión en Malibú. Listo, gracias.
¿Que por qué ando haciendo esas confesiones? ¿Y qué tiene eso que ver con la narrativa o con los negocios (o con lo que sea)? Respondo lo primero: ella me parece adorable, talentosa, inteligente y muy guapa; por no añadir exitosa, tiene un Oscar y es multimillonaria en dólares, así que no tiene nada de extraño que quiera formar una linda familia con ella. Y sobre lo segundo… me sirve como ejemplo (un poco malo, lo admito) para demostrar que detrás de la innovación, la automotivación, y la transformación está la misma teoría narrativa.
El storytelling (prefiero llamarlo teoría narrativa) que vamos construyendo a lo largo de nuestra carrera profesional, calca los mismos elementos que la construcción de personajes en la literatura. Es decir, lo que hacen los autores para darle vida y movimiento a los protagonistas de sus historias sigue pasos muy precisos, y son estos:
1) Exponer el objetivo central de un personaje (en mi caso, formar una familia al lado de Emma Stone). 2) Establecer sus motivaciones (ya las dije). 3) Definir qué obstáculos se interponen… ¿Qué me impide cumplir mis deseos con Emma? ¡Uy!, para empezar, la señorita Stone no tiene la más remota idea de mi existencia, ya no digamos de mi crush hacia ella. Y aún suponiendo que ella lo sepa, ¿querría conmigo? Nuestro romance no pinta bien que digamos. Ahora lo que sigue es: 4) Determinar qué estoy dispuesto a sacrificar para lograr mi cometido.
Aquí es donde mi sueño de vivir en Lalaland termina abruptamente. Siendo honestos, ni siquiera pienso empacar a la ciudad de Los Ángeles —donde creo que vive— para que me conozca. Tampoco pienso escribirle, o stalkearla (no tiene Twitter ni Instagram, no crean que no lo he intentado), ni buscar a su representante para que me la presente. En fin, no tengo intenciones de hacer nada al respecto. ¿Hay deseo? Sí por supuesto. ¿Hay necesidad? Ehm… la verdad no necesito ese romance en mi vida… Al final, mi no-necesidad es un no-deseo. Emma Stone puede seguir por su existencia sin saber que está perdiéndose de las múltiples ventajas (?) de andar conmigo.
Mi mal ejemplo me ha servido para explicar que: si no necesitas, en realidad no deseas. Podrás tener antojo, ganas, incluso obsesión, pero todo se queda en buenas intenciones. La necesidad es lo que da relieve a los deseos.
Si asumimos que es la necesidad lo que en verdad nos mueve, y queremos motivarnos, dejémonos de rollos porque el verdadero motivador es uno solo: la incomodidad.
Pero ¿y todas las demás cosas que nos motivan? ¿El amor? ¿La supervivencia? ¿La envidia? ¿Las ganas de progresar? ¿Los ideales? ¿El dinero? ¿La esperanza? ¿La venganza? Todas esas están muy bien, pero se resumen en lo mismo: la egoísta incomodidad. Si estuvieras realmente cómodo en donde estás, no te mueves. Si aún no estás de acuerdo, sigue leyendo.
Aplicando de nuevo algo de teoría narrativa, vemos que para que inicie toda gran aventura, el héroe necesita salir de su estado de estabilidad (la tan manoseada “zona de confort”). El hecho es que ningún ser humano ha salido de su zona de confort de manera voluntaria. Jamás.
Si simplificáramos groseramente a la humanidad, veremos tres tipos de personas. Por un lado, están las que están muy bien en donde están y no tienen necesidad de moverse. Incluso podrían marchitarse en el sitio donde están plantadas y no se lo cuestionan. Esas personas solamente salen de ahí si una fuerza externa las desarraiga. Llamémoslas los “estables”.
Por el otro, están los que encuentran poco placentero su estado actual y entonces  continuamente salen de (o sabotean) su estabilidad para intentar nuevas cosas. Digamos que necesitan moverse de donde están. De lo contrario —dicen— sienten que se marchitan, que se malgastan, que se mueren por dentro. Pero si vemos a detalle no es que salgan voluntariamente de su zona de confort, sino que esta les incomoda. Llamémosles los “inconformes”. Están impedidos para sentirse a gusto en donde estén. Después de un tiempo, cualquier zona de confort se les vuelve irrespirable y entonces necesitan huir de ella: se aburren, se desesperan.
Por último, están los “amantes de la mala vida”: esos que se enlistan voluntariamente en la guerra, los que gustan de arrojarse hacia aventuras de alto riesgo, los que ayudan a los demás aunque su propia vida sea un desastre, y los que en general aman las penurias. Ellos no es que se la vivan escapando de la zona de confort, sino que, por muy contradictorio que parezca, su zona de confort es la que para el resto del mundo sería poco confortable. En la mala vida esas personas se sienten más a gusto (y si por ellas fuera, no se moverían de ahí). Cada quien.
Lo cierto es que una vez fuera de la zona de confort, y cancelada toda posibilidad de volver a ella, los humanos de uno y otro grupo somos semejantes: estamos en situación de necesidad y tenemos que resolverla a toda costa.
En esta burda división de estable, inconforme o mala vida, la pregunta fundamental es de todas maneras la misma: ¿qué sacrificarás para conseguir lo que deseas? Si como yo con Emma Stone no estás dispuesto a nada… olvídalo, seguirás igual. Si como los ingenuos que piensan que sólo con desear algo el universo conspirará en tu favor… sigue esperando a que conspire, suerte con eso. Pero si entiendes de teoría narrativa, debes hacer el sacrificio justo.
Sacrificio no es tirarte al cráter de un volcán a ver si un dios te favorece. No es irte de rodillas a la Basílica. Es hacer lo adecuado. Dejar de salir los viernes y en vez de eso, terminar tu tesis. Poner orden en tu negocio de una vez por todas. Desvelarte para hacer la presentación a los clientes. Ponerte de una maldita vez a dieta y a hacer ejercicio. Vencer tu miedo a salirte de casa de tus padres (o echar de una buena vez a tus hijos treintañeros). En la medida en que el cambio dependa mayormente de ti, tienes las de ganar. Pero si el cambio no depende totalmente de ti… quizá debas de “sacrificar” otras cosas.
Ya hablaremos en otra columna de narrativa de negocios sobre estos otros casos.


Felipe Soto Viterbo es novelista, editor y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.
Negocios Inteligentes es un medio plural que admite puntos de vista diversos. En tal sentido, la opinión expresada en esta columna es responsabilidad sólo del autor.
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