el Contribuyente

¿Es posible el amor en una oficina?

Ilustración: José Luis Sánchez

No, aclaremos, no estamos hablando del sexo, sino de ese sentimiento mucho más sublime y platónico. ¿Puede florecer el amor verdadero en el ecosistema godín?


Los pesimistas y los envidiosos dirán que da igual el ecosistema, porque el amor verdadero no existe en ningún lugar de la galaxia, que qué es eso. Pero nosotros en El Contribuyente no somos así y en verdad creemos que ese bello sentimiento puede florecer incluso en un medio tan inhóspito como la sala de juntas de Dirección o el cuartito donde está la cafetera.
Claro que, para que ocurra, se deben dar una serie de condiciones muy especiales que, por otra parte, son los requisitos para que el amor pueda llamarse de ese modo.
O sea, por ejemplo, no puede haber un afecto mutuo y puro si uno de los interesados pertenece al departamento Legal, porque ellos son los que redactan los contratos, y todos sabemos que son contratos amañados, y en el engaño no hay amor.
Tampoco lo hay en Finanzas y Contabilidad, simplemente porque ellos son los del dinero, y aunque el dinero se parece mucho al amor, y sobre todo lo facilita, no es tal. Si hay capital de por medio entonces es puro interés o pregúntate: ¿te seguirían amando si no pagaras la nómina? Ya de una vez, por aquello del dinero, podemos eliminar a los departamentos de Ventas y de Compras, que sólo van por la lana, y además son promiscuos y se van siempre con el mejor postor.
Los de Dirección también creerán, ilusamente, que el amor podría llamar a su puerta, pero no, porque ellos son los que deciden los recortes de personal y tienen los sueldos más altos. Eso los descalifica. Por ende, toda el área de Recursos Humanos también queda fuera de las posibilidades del cariño profundo, pues ellos ejecutan las órdenes de correr a la gente y mantienen los salarios sospechosamente desiguales.
Todo esto reduce a unas pocas las áreas donde florecería el amor verdadero. Básicamente aún puede encontrarse en las clases bajas de la empresa, que son –en orden de sueldo descendente– los de Intendencia, los obreros, los de Recepción, los de Vigilancia, los becarios y los de Comunicación Corporativa. Sin embargo, como son los que menos ganan en toda la empresa, sólo pueden aspirar a un amor tercermundista, un amor de interés social, digamos. No resulta extraño que abunde en ese entorno el espécimen trepador que prefiere irse por el dinero de los escalafones
altos que por un sentimiento genuino.
A estas alturas, seguramente ya hay lectores que tienen la esperanza de ver que hay afectos sublimes en los de Sistemas. Y sí, hay amor ahí, pero es a las máquinas solamente, por lo que al final es un tanto unilateral, y todos sabemos que las impresoras no son del todo fieles.


Felipe Soto Viterbo es novelista, editor y director de Etla, despacho de narrativa estratégica.

El Contribuyente es es un medio plural que admite puntos de vista diversos. En tal sentido, la opinión expresada en esta columna es responsabilidad sólo del autor.

*Este texto se publicó originalmente en la versión impresa de la edición de febrero de El Contribuyente.

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