El fondo de inversiones más grande del mundo… y su mensaje casi comunista
¿Por qué las compañías deben asumirse como corresponsables del destino global? Felipe Soto Viterbo nos lo explica en su columna.
El 12 de enero, el neoyorquino Laurence D. Fink, fundador y director de Black-Rock, el mayor fondo de inversión privado en el mundo, mandó un correo a las empresas de las que él maneja sus valores. En él, exigía a sus clientes que fueran responsables con la gente y con el mundo. “Desde la crisis financiera, aquellos con capital, han logrado enormes beneficios”, dice la carta. “Al mismo tiempo, muchos individuos a lo largo del mundo se enfrentan a una combinación de bajos sueldos, bajo crecimiento salarial y sistemas de retiro inadecuados.”
Cuando digo el mayor fondo de inversión privado en el mundo, estoy hablando de que cerró 2017 administrando 6.29 billones de dólares (recordemos que a los billones, en español, en inglés les llaman “trillions”). Lo que plantea Fink puede sonar contrario a los principios libertarios del capitalismo: pretende que las empresas dejen de buscar únicamente las propias ganancias, y en cambio, aseguren también el desarrollo de su entorno. Es un mensaje casi comunista. Su razonamiento es que la riqueza a largo plazo sólo puede obtenerse si las compañías se asumen como corresponsables del destino global.
Su carta tiene como contexto la reciente reforma fiscal de los Estados Unidos que, al disminuir los impuestos a las grandes corporaciones, les ha permitido, de golpe, gozar de enormes reservas de flujo de efectivo. ¿Qué van a hacer con todo ese dinero y cómo van a usarlo para crear valor en el largo plazo?, les pregunta Fink a sus clientes.
Es imposible saber, en estos momentos, si su misiva obedece a una honesta preocupación por el futuro de la humanidad, o si es una sutil maniobra de relaciones públicas tendiente a desviar la percepción de algún futuro escándalo financiero. Esa misma reforma fiscal estadounidense, por ejemplo, ha provocado ya que otro fuerte inversionista, Goldman Sachs, haya reportado su primer trimestre en números rojos en seis años, así que no descartemos algo semejante en Black-Rock. Pero en tanto no surja ese escándalo hipotético, pensemos que Fink está realmente preocupado por algo más que los números.
Al menos en el papel, Fink forma parte de una tendencia reciente en nuestro vecinos del norte. Empujados por las discordantes actitudes, palabras y decisiones de su presidente Donald Trump, los CEOs han tenido que hacer algo que por lo común no les gusta hacer: tomar abiertamente una postura política progresista. Que sean reticentes a ello es entendible: las marcas comerciales no pueden mostrarse políticas porque van destinadas a audiencias de todos las ideologías. Sin embargo, la situación actual es extraordinaria: ninguna marca quiere verse asociada a posturas racistas, misóginas, homófobas o anticientíficas, como aquellas que a diario nos receta el ocupante de la Oficina Oval.
Pero no sólo los dislates de Trump exigen tomar postura desde el empresariado. Para ponerlo en palabras directas: la especie humana está enfilada al desastre. Por un lado, la extrema desigualdad en la distribución de la riqueza no ha hecho sino limitar las oportunidades de desarrollo y bienestar de la inmensa mayoría de las personas en el mundo. Pero si eso no conmueve lo suficiente, el cambio climático tarde o temprano forzará todas las voluntades. Sus consecuencias catastróficas ya se manifiestan en forma de huracanes desmesurados, sequías, temperaturas extremas, incendios de dimensiones inéditas, inundaciones y destrucción de los ecosistemas… Es cuestión de tiempo.
Fink resume la urgencia de una toma de postura por parte de los líderes corporativos con estas palabras: “Para prosperar a lo largo del tiempo, cada compañía debe no solamente tener un buen desempeño financiero, sino también mostrar cómo hace una contribución positiva hacia la sociedad (…) Sin ese propósito, ninguna compañía, sea pública o privada, puede lograr todo su potencial.”
¿Es posible ese espíritu de compromiso en el empresario mexicano? Quiero creer que sí. El INEGI dice que en México hay poco más de cuatro millones de empresas. Cada una es una pequeña unidad que no sólo genera empleos, también puede transmitir a su plantilla un sentido de comunidad y de corresponsabilidad con el entorno que marque una diferencia positiva, algo tan necesario en un país donde el tejido social se está deshilachando. (Digamos que, si eres empresario, y estás leyendo esto, ya no puedes hacerte el desentendido.)
¿Y que será, si no, la postura constructiva que cada empresario adopte? Una excelente narrativa de negocios.
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