el Contribuyente

¿Debes darle una oportunidad a la banca de desarrollo?

Durante décadas, la banca de segundo piso fue un reflejo fiel de la desconfianza y la frialdad entre el sector financiero y las empresas sujetas (y necesitadas) de crédito. Creemos que esa relación debe cambiar. Te decimos por qué.


No hay de más: el dinero es el aceite que lubrica los engranajes de la organización. Sin embargo, y por muy desconcertante que suene, conseguir un crédito es una operación fuera de la consideración de muchas empresas pequeñas y medianas. Según una encuesta del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), dos terceras partes de las pymes mexicanas no aceptarían un crédito bancario en consideración de las condiciones del mercado en 2015. Los principales motivos entre quienes sí les gustaría adquirir uno son que no tienen confianza en los bancos y les parece demasiado caro. Por ello, una gran cantidad de pequeños empresarios ha recurrido a financiamiento fuera de la esfera de las instituciones financieras. Según Banxico, en 2013 el 80 por ciento de las pymes contaba con un financiamiento de sus proveedores y, en 2012, el Inegi reportó que 64 por ciento de los micronegocios declaró iniciar sus operaciones con ahorros personales o financiamiento de familiares o amigos.

Como describir a un pariente lejano

Uno de los actores principales en la otorgación de financiamiento para las pymes es la banca de desarrollo. Muchos empresarios ni siquiera lo saben. Esto se debe a que con frecuencia los créditos otorgados por ésta son de segundo piso; es decir, las instituciones financieras de esta banca no otorgan los créditos directamente, sino que lo hacen a través de la intermediación de otras instituciones financieras, como la banca comercial.

A diferencia de la banca comercial, la de desarrollo está compuesta por instituciones de la administración pública federal, cuya finalidad es atender las necesidades de financiamiento de los sectores económicos que el gobierno considera prioritarios para el desarrollo económico del país, como el de infraestructura pública, producción agropecuaria, comercio exterior, vivienda para la población de bajos recursos, y pequeñas y medianas empresas (pymes). Ésta también busca contribuir a la inclusión financiera de demografías que tradicionalmente no están cubiertas por la banca comercial, como los jóvenes y la tercera edad.

Una mala reputación

Uno de los actores principales en la banca de desarrollo tiene una historia en México que se remonta por lo menos hasta el siglo XIX, con el Banco de Avío, destinado al fomento de la industria. En la historia reciente de nuestro país cayó en un descrédito considerable, luego que malas prácticas previas a 1994 contribuyeron a una crisis financiera y una disminución del 50 por ciento de crédito total. Fue hasta 1999 que la banca de desarrollo empezó a aumentar su crédito total. Durante la administración de Felipe Calderón el crecimiento —hasta entonces tímido— se pronunció. En marzo de 2016, la cartera de crédito de la banca tuvo un saldo de 760,000 millones de pesos, al nivel de 1993, previo al desplome. En marzo de 2017, el saldo de la cartera llegó a los 850,000 millones de pesos.

Dichas instituciones cuentan con un capital propio y debido al mandato de preservar lo suficiente de éste para garantizar de forma sostenida sus operaciones, la banca de desarrollo fue demasiado cautelosa por algunos años. Sin embargo, parte de los recursos que manejan son asignados por la Secretaría de Hacienda año con año.

El crédito del sector bancario a pymes ha crecido a una tasa del 12 por ciento anual desde 2009. El número de pymes con un crédito bancario pasó de 240,000 en 2009 a 303,000 en 2014. El monto promedio por crédito en términos reales también aumentó durante este periodo, así como disminuyó la tasa de interés promedio de 13.74 por ciento a 11.34 por ciento. Cabe resaltar que esta última ha seguido disminuyendo, a pesar de que desde 2015 la tasa de interés de referencia ha aumentado en diez ocasiones hasta llegar al 7 por ciento actual. Según datos de Banxico, a septiembre de 2016, la tasa de interés promedio en créditos para pymes llegó a ser de 10.7 por ciento.

¿El mundo de la empresa debe aplaudir? Raúl Villareal, presidente de la comisión de negocios y financiamiento de la cúpula empresarial Coparmex, opina que si bien la banca ha logrado progresos importantes en mejorar su oferta de financiamiento a las empresas, aún falta mucho por hacer. Según cifras del Banco Mundial, el crédito al sector privado como porcentaje del PIB en 2016 (35 por ciento) está por debajo de otros países latinoamericanos, como Perú (36.2 por ciento), Chile (112.1 por ciento). Esto se debe, dice Villareal, fundamentalmente a dos cosas: la falta de cultura financiera de los empresarios y la falta de productos financieros diseñados para cubrir las necesidades específicas de los distintos sectores productivos. Reparte responsabilidades, pues.

No tendríamos problema en conceder que los créditos a pymes han alcanzado tasas competitivas en buena medida gracias a la intervención de la banca de desarrollo. Nacional Financiera (Nafin), el banco de desarrollo abocado a impulsar las pymes, ofrece préstamos directamente a las empresas, pero también canaliza recursos para éstas a través de intermediarios financieros. Algunos de estos recursos son invertidos en forma de garantías, que buscan impulsar el otorgamiento de créditos a las pequeñas empresas de las demás instituciones financieras.

Mediante estas garantías de crédito, Nafin se compromete a cubrir parte de las pérdidas incurridas por los intermediarios en caso de incumplimiento de pago de parte de los acreditados, mediante el pago de un porcentaje del saldo del crédito. A cambio de la garantía, los intermediarios pagan una comisión a Nafin, lo que genera más crédito, disminuye la necesidad de pedirle una garantía colateral a los acreditados y también baja la percepción de riesgo de parte de los intermediarios. Nafin estima que para 2013 alrededor de la mitad de los créditos para pymes contaban con una garantía suya.

Antes, para obtener una garantía, los intermediarios financieros tenían que hacer una solicitud alineada a los objetivos de Nafin. Por ello, para tener mayor transparencia en las asignaciones y garantizar un mejor uso de los recursos, en 2005 introdujeron subastas en las que los intermediarios compiten para obtenerlas.

“Lo que se busca dentro de la banca de desarrollo no es la utilidad por sí misma, sino tener patrimonio que vaya creciendo, precisamente para los programas en los que se pueda garantizar la operación”, nos dijo Tonatiuh Salinas, director general adjunto de banca emprendedora de Nafin, al preguntársele sobre la competitividad de los créditos de su institución financiera. Otras apuestas de valor propias de Nafin, mencionó, son los créditos fijos con periodos de gracia y la ausencia de comisiones por la apertura y el prepago.

¿Y el panorama regional? Edgardo Álvarez, secretario general de la Asociación Latinoamericana de Instituciones Financieras para el Desarrollo (Alide), se mostró optimista ante el caso mexicano, pues factores como la reforma financiera de 2014 y el saneamiento de sus prácticas ha propiciado la inclusión de sectores productivos que no estaban cubiertos por la banca comercial.

Según datos de la Alide, la participación de la banca de desarrollo mexicana en el total de créditos bancarios es del 18.7 por ciento del total, por debajo de países como Argentina y República Dominicana, cuyas bancas de desarrollo tienen una participación del 37.6 por ciento y 61.9 por ciento, respectivamente. El promedio en Latinoamérica es de 21.2 por ciento. “Recursos siempre van a faltar”, opinó Álvarez, pero su confianza en la buena salud del sector en México pervive. Que tenga voz de santo.

*Este artículo se publicó originalmente en la versión impresa de la edición de noviembre de El Contribuyente.

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