Contra el túnel carpiano (o cómo aprender a no preocuparte y amar tu cojín lumbar)
La ergonomía y sus ventajas en la oficina por amor a tu espalda.
Si eres un típico y sedentario oficinista, seguro has compartido más de algún video o la portada de un artículo bellamente ilustrado que ni leíste hasta el final pero que te resulta de lo más inspirador: “Por qué tu escritorio es una máquina de tortura”, “Ocho maneras en las que tu celular le hace daño a tu cuerpo” o “Así se ve una operación del túnel carpiano (¡imágenes fuertes!)”.
Le gritas en silencio a tu monitor, asientes con la cabeza a todas las recomendaciones, compartes el link con un comentario pasivo-agresivo para a quien le quede el saco, y sigues texteando con las manos hechas pezuña en el smartphone.
O bien, tus redes –como las mías– ya se han llenado de fotos de manos hinchadas con férulas y de múltiples berrinches de tus amigos igualmente sedentarios, que se han tomado unos días para ir a un retiro de yoga restaurativa con un solo mantra en la cabeza: “¡Maldito túnel carpiano! ¡Maldito túnel carpiano! ¡Maldito túnel carpiano!”.
En mi timeline hay varios: me han inundado de los updates del proceso, desde los primeros ataques de dolor hasta la “sutil” foto de la muñeca con el brazalete del hospital sobre la batita azul cielo…, y luego torciéndose entre el dolor y el aburrimiento tras la cirugía, tecleando hasta con la nariz. Conozco a dos necios que se volvieron zurdos para usar el mouse.
Como yo soy de las que postean esos links regañones con un aire de superioridad moral y como supe antes de los veinte lo que es molerte cada articulación por trabajar 14 horas continuas frente a una computadora, me he hecho el hábito de intervenir cada nueva oficina a la que llego: en lugar de poner fotos personales y souvenirs de mis viajes, traigo mi propia silla ergonómica, mi cojín lumbar, mi soporte para los pies, mi pedestal para elevar el monitor… y todo mundo se ríe de mí.
“Pensé que era un pedal de guitarra eléctrica, pero gigante”, fue el comentario más cándido de la última racha, acompañado de un riff en el aire –se refería al armatoste de plástico negro gracias al cual mis piernas cortas no quedan colgando como hilachos del asiento–. ¡Bah!: este cojín no lo tiene ni Dave Grohl.
Soy el equivalente a la niña con frenos y botitas ortopédicas de la primaria; soy la versión femenina de Forrest Gump adolescente (antes de correr), pero con treinta años y en una oficina. Así que gracias por los snaps de sus sesiones de fisioterapia, amiguitos, por las stories de sus pastillas para el dolor, por sus hermosas composiciones cromáticas con las férulas y los vendajes especiales, y por la cuidadosa curaduría de emojis llorones y acongojados. Porque la venganza de los nerds no tiene límites.
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